El
compañero Raúl Modesto Castro Ruz acaba de asegurar, en un discurso
ilustrador, que: “conductas, antes propias de la marginalidad, como
gritar a viva voz en plena calle, el uso indiscriminado de palabras
obscenas y la chabacanería al hablar”[1]
han trascendido sus espacios naturales para abrirse paso en toda
nuestra sociedad. No se refiere, creí entender, a “abrirse paso”
como estamos acostumbrados a hacerlo en una guagua de cualquier sitio
del país que aún conserve el servicio de ómnibus urbanos,
empujando y mirando atravesado, con la violencia manifiesta, con el
sudor ardiendo en nuestros ojos y todos los malos olores de una
población de aseo deficiente acumulado por décadas, casualmente las
mismas que ha durado su gobierno, al frente de las armas primero,
sobre nuestras almas después.
Compañero al fin, Raúl es uno más entre nosotros. ¿Quién no le
ha visto en ayunas en 23 y 26, cerca de su apartamento en el Vedado,
subir a una guagua cualquiera que lo acerque a la Avenida Paseo para
después seguir camino a pie hasta el Ministerio de las Fuerzas
Armadas, donde trabaja? Es un gran esfuerzo para sus escoltas evitar
el roce de los pasajeros y cuidarle del cuchillo traidor que, aun
mellado, puede dar fin a su vida. El cubano está acostumbrado a
esto, su hermano Fidel rechazó una y otra vez el confort y el lujo
que caracterizan el ejercicio político en otros países del mundo.
Nada de costosas amantes de ocasión ni permanentes, cero comilonas
solemnes u oficiales; sus hijos en nuestras escuelas, su familia al
amparo de nuestras leyes y sus enfermedades tratadas en nuestros
mismos hospitales.
Por
ello le cabe toda la autoridad al compañero Raúl para señalar: “lo
más sensible es el deterioro real y de imagen de la rectitud y los
buenos modales de los cubanos”.[2]
Se ampara, no en una valoración superficial, sino en un
“levantamiento” realizado –afirma el comandante- por el Partido
y los organismos del Gobierno que ha arrojado la sorprendente cifra
de ciento noventa y un fenómenos negativos,[3]
lo cual sorprende por su precisión y habla del espíritu
intransigente del revolucionario, pues en conteos semejantes hechos
durante la república anterior a la revolución los fenómenos
negativos llegaron a 101 354 (1936) y 209 167 (1951),[4]
acusando en el presente una diferencia claramente positiva. Aseguran
los que vieron la lista que allí se encuentra (Irregularidad número
17) la práctica de relaciones sexuales en sitios indebidos como
parques, cines, oficinas, guaguas y locales abandonados; que
sustituyen hoy los antiguos hoteles baratos, casas de citas y
posadas, tan asociados al sexo fortuito y la infidelidad conyugal,
impropias de un revolucionario. Otra irregularidad presente en
el documento (número 44) es el hurto a los campesinos, quienes dejan
de sembrar por no poder contener la ola de depredadores que acuden en
bicicletas, triciclos, motos, caminando y con muletas, para substraer
cualquier cosa que puedan vender luego o comer. La irregularidad
número 71 no sorprende, pues ha sido denunciada en nuestros medios
de prensa y es aquella que toca el delicado tema de la vivienda y los
modos indebidos con que no pocos inescrupulosos las construyen.
Proliferan las casas que usan como sostén los angulares retirados a
torres de alta tensión eléctrica, como ventanas las sustraídas a
ómnibus de transporte público u obrero, con puertas robadas a
instalaciones estatales en las que después resulta común ver a
empleados defecar sin la debida intimidad. ¿Quién no ha visto un
hogar donde se separa la sala del baño con una sábana que en una
esquina tiene un número de inventario, o donde unos niños se lavan
la boca usando, para sacar el agua de un tanque viejo y oxidado, una
vasija substraída de un salón de cirugía? Estos datos sobre las
irregularidades pueden ser, no obstante, obra de fabuladores siempre
prestos al chisme y al chanchullo, distantes de la práctica oficial.
Ha
dicho Raúl: “se ignoran las más elementales normas de
caballerosidad y respeto hacia los ancianos, mujeres embarazadas,
madres con niños pequeños e impedidos físicos. Todo esto sucede
ante nuestras narices, sin concitar la repulsa y el enfrentamiento
ciudadanos”.[5]
Modestamente, pienso que esto no es del todo cierto. Si bien la
solidaridad tradicional ha desaparecido, surge un nuevo modo de ayuda
al prójimo, una “solidaridad al límite” practicada por los
cubanos más disímiles sin distinciones de género, raza, edad ni
lugar de origen. El objeto de esta solidaridad son aquellos que
tienen dificultades manifiestas para lidiar con los rigores de
nuestro cotidiano, precisamente las mujeres embarazadas, los
ancianos, los niños y los impedidos físicos que señalara el
comandante. Frente a tales personas no es difícil comprobar que el
frenesí y la violencia que se han vuelto imprescindibles en nuestra
vida diaria, se atenúan para procurar dar paso a la embarazada en el
pasillo aunque le moleste al que tenemos delante y debamos hacerle
comprender con algunos golpes; favorecer al ciego en la repartición
de algún bien, aun sabiéndole incapaz de percibir si le dieron la
mala; o cargarle la jaba a cualquier anciano sin robarle nada de lo
que lleva adentro. No todos son solidarios siquiera de esta manera,
pero tal actuar existe y conmueve en una población carente y
desesperanzada.
“Lo
real, afirma el compañero Raúl, es que se ha abusado de la nobleza
de la Revolución, de no acudir al uso de la fuerza de la ley, por
justificado que fuera, privilegiando el convencimiento y el trabajo
político, lo cual debemos reconocer que no siempre ha resultado
suficiente”.[6]
No ha
faltado quien comenta que por párrafos como el anterior transita una
nueva amenaza para la población cubana, afirman que el
comandante encubre una ola de depredación estatal contra el comercio
privado, con un llamado a las buenas costumbres y la honradez. Para
fundamentarlo se basan en recientes arremetidas contra los
cuentapropistas, multándolos con cifras descomunales, confiscando
sus mercancías y demoliendo sus locales, todo envuelto en las
irregularidades propias de nuestro sistema legal que deja al afectado
con pocas posibilidades de reclamación, y en una ley de impuestos
aprobada meses atrás que succiona el cincuenta por ciento de la
ganancia del comerciante.
Aun
así me cuesta creerlo, pues la misma familia del comandante tiene
intereses monetarios en nuevas áreas de desarrollo económico, o al
menos eso se comenta. Hay quien dice que su yerno es el mánager del
área del Mariel, que tiene multimillonarias inversiones de gobiernos
extranjeros, principalmente de Brasil, para su desarrollo como
puerto; su hijo es un alto jerarca del Ministerio del Interior,
institución que ha tenido, tradicionalmente, grandes intereses
económicos y empresas a su arbitrio, y su sobrino es un campeón de
golf, deporte que busca desarrollarse en nuestras tierras y al
parecer es un suculento negocio puesto bajo su tutela. ¿No sería un
sinsentido que el comandante atentase contra los intereses de su
propia familia?
De tener
razón los cuentapropistas, y sería mejor para el bien del país que
no la tengan, habría que coincidir con Raúl Modesto en que ha
crecido en nuestro país la desfachatez, pero habría que incluirlo a
él como nuestra mayor vulgaridad y a su discurso como la más
reciente de nuestras groserías.
Boris González Arenas
19 de julio de 2013
[1]
Raúl M. Castro: La
pérdida de valores éticos y el irrespeto a las buenas costumbres
puede revertirse mediante la acción concertada de todos los
factores sociales. Intervención del
General de Ejército Raúl Castro Ruz, Primer Secretario del Comité
Central del Partido Comunista de Cuba y Presidente de los Consejos
de Estado y de Ministros, en la Primera Sesión Ordinaria de la VIII
Legislatura de la Asamblea Nacional del Poder Popular, en el Palacio
de Convenciones, el 7 de julio de 2013, “Año 55 de la
Revolución”, Juventud Rebelde, 9 de julio de 2013, p. 4.
[2]
Ídem.
[3]
Ídem.
[4]
Estas cifras me las dio Cheo Guzmán, custodio de
un cine de la Avenida Ayestarán, que se desempeñaba como
carretillero en la década del cincuenta y se hizo traductor del
idioma uzbeko en la década del setenta. En el año 1989 Cheo quedó
sin trabajo y desde entonces se desempeña como vigilante.
[5]
Raúl M. Castro, ob.cit., p. 4.
[6]
Ídem.