sábado, 9 de marzo de 2013

Las llaves del tiempo


Esta foto ha llegado a mí de algún modo, ha abierto una puerta y he podido ver, dentro de aquello que tengo de casa, la conformación de las habitaciones que he diseñado en los últimos veinte años con la ayuda de mi país. La foto va acompañada de un texto que la atribuye a un señor llamado José García Poveda, alias “el Flaco”, extranjero que llegó a Cuba en 1990. Ese año, que para tantos países de la Europa Oriental puede ser sinónimo de un muro que se derrumbó para dejar a hombres y mujeres frente a frente reconociéndose iguales, es para los cubanos sinónimo de una deriva incierta entre el desamparo, la frustración y la muerte.
En 1990 yo cumplí catorce años y el director de la secundaria Raúl Gómez García en el Vedado, un buen hombre –creo recordar que bueno-, me aseguraba que el Programa Alimentario, nueva estrategia de movilización para la producción agrícola, daría pronto resultados sorprendentes, a la altura del estampado que había aparecido por aquellos días en el reverso de los billetes de veinte pesos y que representaba a los hombres y la técnica consiguiendo los frutos augurados por el nuevo plan.
Pero no soy el niño con el tanque ni la niña con el pulóver grande en esta foto extraordinaria, tampoco soy la nube al fondo ni el mar quieto, que parece esperar la estampida que lo convertirá en la carretera más o menos firme que encontró un pueblo para buscar algún destino. No soy la suela del zapato sin cordones, ni los rizos desordenados, ni la mano apoyada y abierta como pidiendo al fotógrafo que no se vaya de allí, que siga esperando, que la función recién comienza como la vida que tiene enfrente y que él, con su cámara, puede realizar el testimonio único de lo que se aproxima.
La imagen sugiere un fotógrafo desprevenido, inconsciente de estar dando la espalda a la tormenta e interpuesto en su objetivo. Ignorante de que en un país de ciclones no es la primera vez que el tornado se conforma en la tierra y que, para llegar a estos niños, porque nadie habrá de salvarse, pasará sobre su cuerpo al que no podrá volver a reconocer frente al espejo.
Gran tarea la de “el Flaco”, si es que es cierta la nota que le atribuye la imagen. Si hoy quisiera hacerse una foto con la misma intensidad, ¿qué debería anticiparnos del futuro de nuestro país el gesto de la mano de esa niña? ¿Qué debería sugerir ese horizonte, dividido entre la gran ciudad y el espacio abierto? Sabiendo que solo puedo plantear la respuesta que deseo, quisiera que el gesto de su mano augurase una nación con criterio y autoridad, y que en el horizonte se produjese un reencuentro mágico y de reconciliación, imprescindibles para tener un futuro menos dramático del que se abrió a mi país en 1990.

Boris González Arenas
        9 de marzo de 2013

                                              
                                          

viernes, 8 de marzo de 2013

Sobre Oswaldo Payá y Harold Cepero


Uno de los hombres más significativos de nuestra historia reciente, Oswaldo Payá Sardiñas, pudo haber sido asesinado por el gobierno cubano. Era una posibilidad, pero la versión oficial del gobierno cubano y el silencio de los que podían desmentirla, había prevalecido hasta el presente. Oswaldo Payá es una de las figuras más importantes dentro de la historia contemporánea cubana. De esos hombres ejemplares que muestran que la política no es un espacio de hombres y mujeres corruptos, si no el entorno donde lo mejor de un país se empeña en adecentarlo y favorecer su progreso. La hez, la perfidia que brota aquí y allá sirviendo a los argumentadores de lo contrario, no son el producto de la política, si no de la estupidez humana. La misma hez brota en la cultura, en los ejércitos y en donde quiera que haya cosas que apetecer. Al brillo y la integridad que la combaten perteneció Oswaldo Payá.
Sabíamos que era muy extraña la diferencia entre la primera descripción del accidente automovilístico del 22 de julio del 2012, pronunciada en el hospital donde murió Harold Cepero Escalante, compañero de Oswaldo en la vida política y que viajaba con él en el automóvil; y la versión oficial que prevaleció después. Era extraño que a los miembros del Movimiento Cristiano Liberación, la organización liderada por Oswaldo, no los dejaran llegar a Harold hasta que este no estuvo sedado, condición a la que siguió su muerte. Era extraño que nadie hablara de los mensajes de texto enviados desde su teléfono móvil, inmediatamente después del accidente, por el sueco Aron Modig y más tarde, usando el mismo teléfono, por el español Ángel Carromero, los otros dos compañeros de viaje de Oswaldo Payá y Harold Cepero aquél día dramático. Era insólito que los textos de los mensajes no salieran a la luz pública, evidentemente una omisión europea que tenía por finalidad sacar a Ángel Carromero de Cuba. Y lo último, que Ángel Carromero llegara a España y permaneciera en silencio, ya no era extraño, era sórdido.
Pero Ángel Carromero ha hablado y sus esperadas palabras difieren del todo de la versión oficial a la que contribuyó con su testimonio, que ahora afirma, fue arrancado por la amenaza de muerte y la inoculación permanente de sustancias sedativas. La hija de Oswaldo Payá, Rosa María Payá Acevedo, fue a verlo y Carromero asegura no haber podido, frente a ella, mantener su silencio. Silencio que ya debía pesar demasiado y con el que no simpaticé nunca, no por la mudez que le pudo haber impuesto el terror, si no porque una vez fuera de Cuba, la estatura de Oswaldo Payá tenía que ser suficiente para hacerlo hablar aunque le costara su orgullo, porque los cubanos hemos debido vagar sin él por décadas y Oswaldo Payá quería devolvérnoslo; aunque le cueste sus bienes, su carrera, sus amigos, porque nada de eso lo tenemos los cubanos y Oswaldo Payá quería devolvérnoslo. Por eso el Proyecto Varela, El Camino del Pueblo, el Proyecto Heredia; por eso su esposa y sus hijos, sembrados en una vivienda del Cerro antiguo, del que yo soy vecino orgulloso. Por todo eso tenía que hablar Ángel Carromero y ahora que ha comenzado a hacerlo tiene que seguir; también tiene que despertar el sueco Aron Modig, el compañero de travesía que viajaba a la derecha de Carromero, y que aparentemente dormía en el momento terrible. Porque el pueblo de Cuba está lleno de preguntas y ahora la vida de estos sobrevivientes no tiene otro sentido que responderlas. ¿Cómo montó Modig en el auto que lo sacó de la escena? ¿Dónde estaban Oswaldo y Harold en aquel momento? ¿Por qué no le quitaron el celular a Modig y sí a Ángel Carromero?
Dos hechos han coincidido en el espectro político cubano y pueden no ser extraños uno del otro. De un lado las declaraciones de Ángel Carromero reavivando las dudas sobre el posible asesinato de Oswaldo Payá y del otro la muerte lamentable del presidente de Venezuela Hugo Rafael Chávez Frías. El gobierno cubano dominaba perfectamente toda la información sobre la enfermedad del presidente venezolano, conocía sus consecuencias inevitables como nadie. La muerte de Hugo Chávez plantea para los dueños del poder en Cuba el posible desmantelamiento de un sistema de pagos generosos al estado cubano merced a los servicios proporcionados por nuestros profesionales de diversas esferas en Venezuela, principalmente médicos y militares. Aún triunfando Nicolás Maduro en la carrera por la presidencia de Venezuela, el deterioro de la economía venezolana y la nueva situación política del chavismo, que debe continuar sin líder, auguran la ralentización si no desaparición de un sistema de ayudas que, por demás, parecía disminuir en los últimos años. Frente a ese panorama, las consecuencias para la maltrecha economía cubana no se harán esperar y con ello el descontento ciudadano que, junto a una oposición organizada y en crecimiento, no pueden ser menos que un muy mal augurio para la dictadura de nuestro país.
Pero si el asesinato de Oswaldo Payá se confirma (y para esto una investigación internacional debe esclarecer la legitimidad de los mensajes de texto enviados por Ángel Carromero y Aron Modig después del accidente), cómo no traer entonces a la mente otra muerte cubierta con la sospecha, e igualmente importante, acaecida meses antes de la muerte del líder opositor.
Laura Pollán, líder de las Damas de Blanco, fue una mujer de coraje cuya presencia en manifestaciones donde debía soportar a esbirros dispuestos por el gobierno para su acoso y humillación, la exponían al contacto físico con sus enemigos aumentando la posibilidad de exterminarla.
Laura Pollán y Oswaldo Payá consiguieron resultados inéditos y no superados a favor de la soberanía ciudadana y el adecentamiento cívico cubanos, emplazaron a Fidel Castro primero y a Raúl Castro después, para concluir el despotismo grosero, que hubiera podido parecer esencial en nuestra tierra, si no fuéramos hombres y mujeres provenientes de ella los que lo enfrentamos.
El probable asesinato de Oswaldo Payá y Harold Cepero, y la crueldad en el trato a Ángel Carromero, de ser confirmados, será otra página en la historia de terror que el estado cubano legará a nuestro porvenir.
Lamento terriblemente las consecuencias de esta tragedia para la familia de Oswaldo, lamento que las declaraciones de Ángel Carromero aviven las dudas sobre lo que el estado cubano se empeñó en mostrar como un accidente y muchos creímos siempre que fue un crimen. Pero me alegra que la esposa y los hijos de Oswaldo Payá estén ahí, con su sencillez y su entereza, su resistencia me llena de esperanzas, la calma de sus voces amaina la desesperación, y el afecto con que se refieren en todo momento a Ángel Carromero ha conseguido transmuta cualquier duda en estima.

Boris González Arenas
8 de marzo de 2013
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