a José Orlando T. S. Tajonera,
por su vidable amistad
Amicus Plato, sed magis
amica veritas[1]
Desde hace cuatro décadas el proyecto Criterios, una de las empresas culturales más admirables de la historia de nuestro país, lleva adelante la puesta en circulación de una revista especializada en temas diversos, todos relacionados con el estudio de "…la teoría de la literatura, las artes, y la cultura".[2]
Pero ni un proyecto ni una intención son extraordinarios si no son llevados adelante por hombres y mujeres especiales. El resultado del evento Criterios es extraordinario. Dentro de todos los que puedan haber colaborado o trabajado para el proyecto, Desiderio Navarro es, para todos los que le conocemos, su artífice. Aunque le conozco poco, siempre ha estado dispuesto a conversar conmigo de todos los temas en los cuales es un maestro. Desiderio Navarro puede despertar muchos recelos y dudas, pero su obra magnífica está ahí para inspirar, aún en último término, respeto y agradecimiento.
Cuando el pasado 28 de febrero de 2012 fui a la presentación del número 37 de la revista con la intención de intervenir desde el público, no era una persona desentendida ni desagradecida del gran proyecto de Criterios. No lo era entonces y, por supuesto, no lo soy ahora.
Lo que escribiré a continuación comparte mi admiración por Criterios, pero también mi compromiso con nuestro país y con tantos amigos que, desde la oposición a los desmanes de un castrismo degradante, buscamos concienciar, en todos los campos --y el intelectual es fundamental-, al colectivo ciudadano al que pertenecemos, el único actor que debe construir el presente. Criterios y mi país, dos amistades con las que quisiera contar siempre.
La actividad estaba citada para las tres de la tarde y ya Desiderio había anunciado la presencia de un panel que, como presentación del número y en la celebración del cuarenta aniversario de Criterios, discutiría sobre la esfera pública en Cuba.[3]La razón era que en el primer artículo de la revista, cuyo autor es Bernhard Peters,[4]se discute la pertinencia de lo que él llama "esfera pública". Partiendo de la lectura de este artículo, un panel notable haría una evaluación del modo como nuestra esfera pública se ajusta, o no, a la evaluación de Peters.
Estaban en el panel: Yasmín Portales, Jorge Luis Acanda, Arturo Arango, Rafael Hernández, Mario Castillo, Leonardo Padura y Roberto Veiga.
El primer problema fue a la llegada. A las tres de la tarde había en los bajos del ICAIC una cola numerosa. Los custodios hacían pasar de diez en diez a los asistentes, con el argumento de que así se organizaba la subida por el elevador. La realidad era que camino al elevador había varios sujetos –para mí desconocidos y yo desconocido para ellos (por suerte)- que se encargaban, de algún modo, de impedir la entrada a aquellos que, por alguna razón, consideraban incómodos para "la institución". El conocido procedimiento de no dejar entrar a los actos públicos a los miembros de la oposición, los únicos tradicionalmente ubicados como indeseables. De conciertos, actividades intelectuales, proyecciones cinematográficas, actividades políticas, los que en Cuba disentimos somos sistemáticamente apartados. Nosotros los opositores –un amigo juicioso se niega a declararse tal por la certeza de que no milita en una oposición, sino en la Posición- decimos Fidel Castro donde otros prefieren divagar; individualizamos la responsabilidad donde otros prefieren generalizarla; vamos en busca de la reunión de todos los cubanos sin condiciones donde otros prefieren leyes para flexibilizar; apostamos por la alegría donde otros se conforman con paliativos de la tristeza. Orlando Luis Pardo Lazo estaba en la cola, pero ya dos personas –según me enteré después- habían sido privadas de la entrada. Acababa de ponerme en la cola cuando escuché a Orlando Luis decir que el acto no era público, que no se confundieran los que allí asistían. Evidentemente lo acababan de sacar. La maniobra era hábil. Abajo, los impresentables, los agentes de la inseguridad del estrado, depuran la asistencia. Arriba, los intelectuales, de un modo limpio y sin agentes patógenos, pueden diseñar el discurso de nación que luego será consumido por una población ávida, pero sin encontrar en él el "algo" que quisieran haber escuchado y que no se pronunció. Ese algo, una vez más, debía quedar en las vísceras de los que no entraron.
Si todo el tiempo dudé acerca de mi intervención, cada nuevo evento la confirmaba. Llegado el momento entré –había dudado de lograrlo- y mi paso hacia el elevador no fue cortado por persona alguna. Arriba no alcancé asiento, todo el amplio salón estaba lleno. En el piso se sentó un grupo grande de personas. El total de las intervenciones duró más de dos horas, todo un reto para la atención. Pocas veces se puede escuchar, en Cuba, personas inteligentes pronunciándose sobre algún tema particular. Algunas de las reservas escuchadas sobre lo que allí se pronunció, no me han parecido justas y pienso que es equivocado desestimar de un plumazo la intervención de alguien porque no se pronuncia como yo quisiera. Más cuando ese alguien es veinte o treinta años mayor que yo y ha debido navegar en aguas esquizoides desde que tiene conciencia.
Estoy convencido de que el terror, el pavor, el miedo inmovilizante, legitiman las reglas de lo que lo provoca. El castrismo ha sido, por medio siglo, la principal fuente de miedo de este país. Todos hemos aprendido a temer por la apariencia de legitimidad que las movilizaciones millonarias insuflan; por el estudio cuidadoso de un discurso mediocre, pero imprescindible para sobrevivir, articulado desde el estrado por el comandante y traducido a un sentido común, que no lo es tanto, por similar número de aterrados; hemos temido por las cárceles; por el escarnio; por la soledad y, en última instancia, por el recurso infalible del Paredón, esa muerte definitiva a diferencia de todas las otras. Por otro lado la tragedia compartida establece las reglas de una solidaridad cómplice y el cubano ha sabido irse bandeando.
Pero todo ese edificio debe ser cuidado y en él el opositor no debe encontrar espacio. Eso pasó en la presentación de la revista Criterios. Al menos eso creo. De los panelistas solo uno, Mario Castillo –el más joven junto a Yasmín Portales-, condenó la represión habida en la entrada contra activistas del Comité Cubano por la Integración Racial. Los demás no consideraron, o por lo menos no lo expresaron, que fuera un atentado contra la libertad el privar a cubanos como ellos de entrar en un evento público.
Después de muchas horas, con las personas cansadas y deseosas de comprar la revista, tocó el turno al público. Fui el primero en levantar la mano y conmigo lo hicieron otros. Como estaba sentado en el frente, no podía adivinar la disposición del auditorio para escuchar a alguien más. Básicamente mi intervención sería sobre cuatro puntos, todos centrados en parte de lo que habían dicho los panelistas por este orden: Rafael Hernández, Jorge Luis Acanda, Roberto Veiga y Mario Castillo. Haré un breve recuento pues la memoria traiciona. Rafael Hernández había enumerado una serie de deseos de los cubanos. Creo recordar que eran nueve. El cubano quiere una salud pública de máxima calidad, no pagar impuestos, una libreta de abastecimientos cargada de productos y otros enunciados cuya carga material me pareció imprecisa. Jorge Luis Acanda hizo una breve relación de la esfera pública con elementos filosóficos precedentes, sobre todo el marxismo, y el modo como podían intervenir en la discusión de la esfera pública cubana. Roberto Veiga usó en su intervención el término "ciberchancleteo" que ha sido usado contra la comunidad blogger que denuncia los desmanes cotidianos. Mario Castillo hizo un análisis crítico del artículo de Peters y, como ya dije, fue el único de los panelistas que señaló la censura a algunos de los asistentes.
Para los que estábamos en el público había un micrófono dispuesto en el salón. Primero debí presentarme y después comencé mi intervención. Expresé que con la enumeración de Rafael Hernández yo no me identificaba. Los deseos del cubano, que él enunció, no son mis deseos. Afirmé que no necesariamente quiero verme en el Hospital Cimeq –la institución hospitalaria a que se había referido Rafael Hernández y que sirve, junto a otros edificios, para dar servicios de salud de excelencia a la clase política cubana en contraste con el gran deterioro de las instalaciones de salud del país-, sino que puedo conformarme con ver a Raúl Castro en la misma consulta de cualquier anciano o a su nieto en un hospital pediátrico como el de Centro Habana, donde no hace mucho debí ingresar a mi hijo. El ofensivo contraste entre nuestras condiciones de vida y las de la laya política cubana era el centro de esta observación. Decir Fidel Castro o Raúl Castro, en medio de una crítica al gobierno es "pasarse de la raya", convertirse automáticamente en alguien que debe ser ignorado, a quien es mejor no haber oído y ese era mi deseo ese día, que se oyera. Considero que ya Rafael Hernández, al señalar el hospital donde los beneficiados del poder se atienden, denunciaba a la usanza de los años ochenta, donde bordeando la frontalidad se hacían todas las acusaciones. Pero no son tiempos de bordear la frontalidad, si es que alguna vez lo fueron. El cambio joven[5] y radical es imprescindible si no queremos tener que ir al fondo del mar a sacar, como a una nueva Atlántida, el cuerpo de Cuba.
Sobre la intervención de Acanda me limité a declarar mi distanciamiento de una interpretación que establece la dependencia de los paradigmas éticos de los ordenamientos socio-económicos. Específicamente el marxismo, al que se había referido Acanda, cuya lógica de que el hombre primero tiene que comer para luego poder pensar establece una jerarquización que me parece ajena a nuestra condición humana. Sin pretender, por supuesto, que el marxismo sea un islote disociado del pensamiento filosófico o una preocupación fútil dentro de los estudios humanos.
Roberto Veiga introdujo un tema de particular importancia. Al usar la palabra "ciberchancleteo" ponía de relieve otra actitud muy cotidiana: la desestimación fácil de los que militamos en la oposición. El mote ha sido usado para devaluar la práctica de Yoani Sánchez, Claudia Cadelo, Lía Villares y más blogueros cubanos. Hice especial énfasis en esto, y en que cuando los medios oficiales cubanos, tan adictos a lo mediocre e inmoral, hacen gala de ello, no se ve la misma reacción crítica en nuestra sociedad intelectual. Usé como ejemplo el artículo "¿Para quién la muerte es útil?"[6], mandado a escribir a Enrique Ubieta por el estado cubano para dar la noticia de la muerte de Orlando Zapata Tamayo. No se puede decir que Ubieta sentó un precedente, porque lo que hizo lo ha estado haciendo Fidel Castro Ruz por más de cincuenta años. Denigrar seres humanos que no tienen ni los medios ni, como en este caso, la vida para responder. Pero fue un artículo vergonzoso, que en una ciudadanía sana habría ocasionado una respuesta inmediata, a la altura de la que dio el mundo. En su réplica, Veiga afirmó que el uso de la denominación "ciberchancleteo" se refería a todo lo mediocre que se mueve en Internet, sin distinguir militancias humanas. Aunque está claro cuál fue el origen de este apelativo, la afirmación de Veiga fue positiva. Al no desestimar que Enrique Ubieta pueda participar de la mediocridad, lo consideré incluido por Veiga. Al no declarar quiénes de los que escribimos desde la oposición podemos ser señalados al modo de Ubieta, podemos no sentirnos aludidos.
Por último alabé la conducta de Mario Castillo al denunciar las censuras habidas en la entrada de la actividad y eché de menos que no hubiera sido secundada por los demás panelistas. Sugerí que ningún evento intelectual debe desarrollarse sin la condena explícita de los actos de represión que buscan filtrar los asistentes.
Los panelistas escucharon mi intervención con respeto y si las respuestas de ellos fueron con mayor o menor molestia, ninguna la consideré infamante. Rafael Hernández respondió a lo que dije asegurando que los deseos del cubano enumerados por él no corresponden a un sujeto de cierta inmoralidad –como lo había calificado yo- sino que el cubano, por alguna razón que no comprendí, se considera con especial derecho a lo mejor. No estoy de acuerdo con él y no dejo de ver, aun en esta respuesta, una velada referencia al argumento oficialista de que el cubano de hoy, por los derechos dados por la revolución y el socialismo, tiene unas expectativas de vida extraordinarias. Si en la década del cincuenta nuestras expectativas no hubieran sido elevadas, la gran Revolución Cubana, la revolución ciudadana que secuestraron astutamente Fidel Castro y sus secuaces, sin dudas no se hubiera producido. Las redes de abastecimiento de las montañas, que desde las más distantes bodegas de la ciudad llevaban alimentos, por las vías más disímiles, a los rebeldes; las fuentes de financiamiento que permitieron la compra de información, armas, medicinas y demás necesidades; y el apoyo de los mejores gobiernos extranjeros que, con una admiración añorada hoy, favorecieron el asentamiento y la organización de exiliados revolucionarios, nada de eso se habría producido. Tampoco se habría producido la entrega extraordinaria de millones de seres humanos que, una vez triunfada la Revolución y creyendo ver en Fidel su garantía, entregaron cuanto tenían después de una vida de trabajo en pos de expectativas enormes. La memoria de tales eventos y la constatación de la insania moral de sus beneficiarios, demudan la vergüenza y confirman la situación cubana como una de las tragedias más grandes de la historia contemporánea.
La respuesta de Desiderio Navarro afirmando que la institución se permite el derecho de admisión, sabiendo que su uso no es contra quienes vienen drogados, indebidamente vestidos o ebrios, sino contra los que militamos en la denuncia del régimen cubano, no puede satisfacer. Aun viniendo de la autoridad que le cabe, la verdad es que en la práctica verificable los que han sido expulsados de la institución son los miembros de la oposición visible cubana. Le pediría yo, para evitar próximas envestidas a nuestro legítimo derecho, la realización de las presentaciones en los numerosos espacios verdaderamente públicos de la isla. Como quiera que decida él hacer, el proyecto cultural Criterios ha sido y es prueba de su claridad, capacidad creativa y energía sin límites por más de cuarenta años y felicitarlo después de tantas pruebas de constancia, es el menor de los homenajes posibles.
Boris González Arenas La Habana, 13 de marzo de 2012
Artículo realizado para la revista Voces (No 14) presentada en casa de Yoani Sánchez el pasado viernes 23 de marzo de 2012.
[1] Atribuida a Aristóteles, la famosa frase significa: Soy amigo de Platón, pero más amigo soy de la verdad. Ha sido muy usada para significar que no basta con que una opinión sea usada por una autoridad para que sea aceptada.
[2] Así versa en la nota que aparece escrita en el borde superior izquierdo de la portada de cada número
[3] Decía una de sus convocatorias: "Desde el pasado domingo se encuentran en el Aeropuerto de La Habana, ocasionando ya pago de sobrestadía, los ejemplares del número 37 de la revista Criterios, uno de los más logrados de su trayectoria - -nuevamente por la presencia de algunas de las más grandes figuras y grandes temas del pensamiento mundial actual.
Aun si Ediciones Unión mantuviera su negativa a firmar esta vez la solicitud de extracción aduanal establecida "por lo que puede haber dentro de esa revista", y aunque se repitieran, como en días recientes, los actos de vandalismo furtivo en la sede del Centro, allí celebraremos, el próximo 28 de febrero, el 40 aniversario del comienzo, en un lejano febrero, de la lucha de Criterios por la circulación local de lo mejor del pensamiento cultural mundial y contra el autobloqueo y el monologismo antiintelectual.
A todos aquellos que sientan que con estas cuatro décadas de publicaciones y actividades Criterios los ayudó en algo en su formación o información o trabajo, y que desearan que lo siguiera haciendo a pesar de todos los obstáculos, los invitamos a expresarlo esta única vez con su asistencia".
[4] Peters, Bernhard: El sentido de la esfera pública Revista Criterios No 37 2011, pp 5-54.
[5] O sea, todo lo que sea menor de ochenta años.
[6] 27 de febrero de 2010
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