miércoles, 7 de marzo de 2012

Un lugar donde vivir… sin miedo

Es un edificio de sesenta años. Construido en cualquier parte de la ciudad a finales de la década del cuarenta. Los apartamentos del frente tienen un pequeño balcón con vista a la calle, en la primera planta están ubicados a ambos lados de la puerta del edificio y en los pisos siguientes a ambos lados del pasillo. Los apartamentos interiores tienen balcones al costado del edificio. Tiene tres plantas y aún siendo de proporciones modestas, está bien ubicado y construido.
Justo al lado derecho de la puerta de entrada vive una anciana sola. Trabajó muchos años de maestra de primaria y ahora lleva más de diez años jubilada. Su hijo vive en Estados Unidos, gracias a ello puede mantener, la anciana, un nivel de vida muy superior al que le corresponde. Como tantos, creyó firmemente que en Cuba se construía una sociedad más justa y que dando a diario clases a niños por un salario modesto, aportaba lo necesario a ese país mejor. Era la época en que una economía incompetente era sostenida por colosales financiamientos soviéticos. Pero la época terminó y ella pudo ver lo fácil que se trocaba una educación viabilizada para crear un hombre nuevo, en otra, productora de servicios tradicionales y desesperados.
Su alumna favorita, hija de un matrimonio de un cubano y una soviética, jefa de colectivo a los once años (En 1987), era puta a los dieciséis (En 1992). Gerardo, el jabado de las pecas en la cara, cuya madre trabajaba en Cubana de aviación, de donde traía los dulcecitos para las fiestas que organizaba "la maestra de su hijo", y con un padre desconocido para todos pues llevaba más de cinco años de misión militar en Mozambique; que declamaba los poemas del Indio Naborí a los nueve años (En 1985), quedó sepultado para siempre en las aguas del Golfo de México, después de haber sido visto en una balsa junto a otros amigos y su novia (En 1994). Esa anciana puede, gracias a su hijo, tomar hoy un helado o ir a un hospital en taxi, nivel de vida que es un sueño para sus ex compañeras de trabajo.
Justo en el apartamento de al lado, vive un señor con su esposa ambos negros y mayores de sesenta años. Ellos no tienen hijos en el extranjero ni en ninguna parte. Sencillamente no tienen hijos. Él trabaja aún en el Circulo Social donde ha trabajado toda su vida. Un antiguo club de la clase media cubana que lleva cerrado veinte años (Desde 1987), después de servir otros veinte (Desde 1964) a cualquier ministerio que lo dejó destruirse, no era el ministerio del ejército ni el del interior. 
Hace cuatro años (En el 2008) en su apartamento comenzó a brotar un manantial de agua albañal. Después de varios días de gestiones infructuosas el hombre se decidió y abrió un pequeño orificio en la pared de su cocina. El agua comenzó a fluir hacia el pasillo del edificio, corriendo por un costado hasta salir por la puerta de entrada y de ahí rueda calle abajo hasta desaparecer en alguna alcantarilla que aún no está tupida.
El agua es sumamente apestosa y los vecinos del edificio no perdonan la fetidez que provoca tal solución. Poco a poco le han ido retirando el habla hasta dejarlos completamente solos. Un bombillo que tenían sobre la puerta lo rompieron una noche (En el 2009) y el edificio tuvo que despertar con los gritos desesperados del "negro del dos" que dejó brotar en palabras su ira contenida. Después le arrancaron el número dos que tenía la puerta, pero eso no provocó mayor disgusto porque a la maestra jubilada le arrancaron el número uno. También arrancaron un sello de bronce que identificaba, a la izquierda de la puerta del edificio, al arquitecto del inmueble (En el 2010).
La maestra jubilada sigue recibiendo visitas y su vida social se mantiene activa (En el 2012). Estos obreros despreciados, que no pueden con su salario reparar un salidero (En el 2012), y que no pueden apelar a sus ahorros después de una vida de trabajo (Desde 1967) porque no tienen, viven en la más absoluta soledad y al amparo del silencio.
En Cuba la protesta se ha convertido en delito, nada anima a la esperanza y la prudencia, por recurrida, se ha identificado con el miedo.
¿Pero a qué se teme?
La ex maestra teme quedarse sola y morir una mañana sin que su hijo al otro lado del mar, siquiera lo sospeche. Su hijo teme perder, con su madre, lo único que le queda en Cuba, lo que es importante para él,
que no se entiende como americano. Los inquilinos del dos temen que la peste se enraíce en su cuerpo, en sus alimentos; instintivamente llevan la nariz a sus ropas para comprobar que no apestan. El resto de los vecinos temen que el agua albañal socave los cimientos del edificio.
El gobierno teme a la venganza, los amigos y los amantes a ver a sus allegados en el presidio, las madres y los padres a no encontrar el cuerpo de sus hijos en el mar para darles sepultura digna, los obreros a no tener ningún trabajo, los desempleados a no poder seguir viviendo vendiendo cualquier cosa, es una sociedad y en la sociedad los sentimientos se comparten aunque sean diversas las causas que parecen motivarlos.
Una sociedad que debe empezar por aprender que al miedo basta con no sentirlo.

Boris González Arenas
1º  de marzo de 2012
               

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