martes, 24 de enero de 2012

Prohibido olvidar

Como en la naturaleza, hay acciones humanas que no son compatibles. Donde hay agua, no puede estar seco y donde el sol se proyecta sin mediación, no puede haber sombra. Del mismo modo, cuando un hombre o una mujer llevan una huelga de hambre hasta la muerte, su más grave resultado; no puede haber indignidad. Una huelga seguida de la muerte eleva el rango de quien la ejecuta. Su baja instrucción, lo tosco que pueda haber sido su oficio, incluso el crimen que pueda haber cometido, no es en estos virtuosos otra cosa que un galardón. Es Víctor Hugo confirmando a Jean Valjean, el prófugo cuya virtud anonada a Javert, la representación estricta de la ley, hasta llevarlo al suicidio. Es también la realidad resistiéndose a los pesados amarres del prejuicio y la rutina.

El fallecimiento de Wilman Villar Mendoza, de treinta y un años y con dos hijos, es una mala noticia para quienes siguen de cerca, en este mundo de incertidumbre, la suerte de los que vivimos en esta isla. Es también una mala noticia para los cubanos, para quienes la prisión ha dejado de ser el necesario castigo de los criminales y ha pasado a convertirse en el reclusorio de una ciudadanía conducida al robo para sobrevivir. Ya en mi adolescencia, veinte años atrás, era común referirse al cubano como alguien que vive en libertad condicional por el número de delitos que debíamos cometer diariamente. Esa horrible condición devalúa nuestra propia estima y favorece la persecución de un estado al que no le cuesta encerrar a sus opositores por comprar un poco de leche en polvo en el mercado negro o por vender algún dulce casero.

También será una mala noticia para aquellos que, participando aún de la estructura estatal cubana, anhelan en silencio verla enrumbarse hacia cauces de justicia y libertad. Pocas opciones da a su vergüenza un gobierno que les obliga a tan costosa filiación. La notificación oficial de la muerte de Wilman apareció un lunes, día en que solo circula uno de los dos periódicos que tienen carácter nacional, limitando su difusión a una sola fuente. Vio la luz con el nombre de editorial, con lo cual les ahorraron a sus intelectuales de oficio el vergonzoso gesto de asumir su autoría. Quizás no quiso Enrique Ubieta convertirse en el autor de una nota denigrante como la que escribió a propósito de la muerte de Orlando Zapata Tamayo, o quizás las autoridades, ya con la experiencia pasada, no quisieron calumniar con el mismo énfasis para no caer en el ridículo a que expone el despropósito. Lo cierto es que el editorial del periódico Granma parecía más bien una de las elucubraciones que, buscando no decir nada, sale con la firma de Fidel Castro sin que sepamos quién o quiénes las redactan. Aún así, siguiendo la práctica de criminalizar a los cubanos que participamos de la condena al gobierno, la nota acusa de criminal a Wilman Villar Mendoza. 

Menos de una semana atrás La Habana había amanecido estremecida por uno de esos derrumbes que no por predecibles dejan de sorprender, más cuando el saldo fue la muerte de cuatro adolescentes. El sabor de los escombros en que se ha convertido este gran país sigue, junto con el sabor del salitre, en nuestro paladar, inquietante presagio de nuevos desastres que vendrán y las vitaminas necesarias para mantener el costoso aparato que cuida la inseguridad del estrado.

No sigamos olvidando, no olvidemos a Wilman Villar Mendoza.

Boris González Arenas

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