domingo, 21 de julio de 2013

Acusando recibo desde los dominios del límite



    El compañero Raúl Modesto Castro Ruz acaba de asegurar, en un discurso ilustrador, que: “conductas, antes propias de la marginalidad, como gritar a viva voz en plena calle, el uso indiscriminado de palabras obscenas y la chabacanería al hablar”[1] han trascendido sus espacios naturales para abrirse paso en toda nuestra sociedad. No se refiere, creí entender, a “abrirse paso” como estamos acostumbrados a hacerlo en una guagua de cualquier sitio del país que aún conserve el servicio de ómnibus urbanos, empujando y mirando atravesado, con la violencia manifiesta, con el sudor ardiendo en nuestros ojos y todos los malos olores de una población de aseo deficiente acumulado por décadas, casualmente las mismas que ha durado su gobierno, al frente de las armas primero, sobre nuestras almas después.
   Compañero al fin, Raúl es uno más entre nosotros. ¿Quién no le ha visto en ayunas en 23 y 26, cerca de su apartamento en el Vedado, subir a una guagua cualquiera que lo acerque a la Avenida Paseo para después seguir camino a pie hasta el Ministerio de las Fuerzas Armadas, donde trabaja? Es un gran esfuerzo para sus escoltas evitar el roce de los pasajeros y cuidarle del cuchillo traidor que, aun mellado, puede dar fin a su vida. El cubano está acostumbrado a esto, su hermano Fidel rechazó una y otra vez el confort y el lujo que caracterizan el ejercicio político en otros países del mundo. Nada de costosas amantes de ocasión ni permanentes, cero comilonas solemnes u oficiales; sus hijos en nuestras escuelas, su familia al amparo de nuestras leyes y sus enfermedades tratadas en nuestros mismos hospitales.
    Por ello le cabe toda la autoridad al compañero Raúl para señalar: “lo más sensible es el deterioro real y de imagen de la rectitud y los buenos modales de los cubanos”.[2] Se ampara, no en una valoración superficial, sino en un “levantamiento” realizado –afirma el comandante- por el Partido y los organismos del Gobierno que ha arrojado la sorprendente cifra de ciento noventa y un fenómenos negativos,[3] lo cual sorprende por su precisión y habla del espíritu intransigente del revolucionario, pues en conteos semejantes hechos durante la república anterior a la revolución los fenómenos negativos llegaron a 101 354 (1936) y 209 167 (1951),[4] acusando en el presente una diferencia claramente positiva. Aseguran los que vieron la lista que allí se encuentra (Irregularidad número 17) la práctica de relaciones sexuales en sitios indebidos como parques, cines, oficinas, guaguas y locales abandonados; que sustituyen hoy los antiguos hoteles baratos, casas de citas y posadas, tan asociados al sexo fortuito y la infidelidad conyugal, impropias de un revolucionario. Otra irregularidad presente en el documento (número 44) es el hurto a los campesinos, quienes dejan de sembrar por no poder contener la ola de depredadores que acuden en bicicletas, triciclos, motos, caminando y con muletas, para substraer cualquier cosa que puedan vender luego o comer. La irregularidad número 71 no sorprende, pues ha sido denunciada en nuestros medios de prensa y es aquella que toca el delicado tema de la vivienda y los modos indebidos con que no pocos inescrupulosos las construyen. Proliferan las casas que usan como sostén los angulares retirados a torres de alta tensión eléctrica, como ventanas las sustraídas a ómnibus de transporte público u obrero, con puertas robadas a instalaciones estatales en las que después resulta común ver a empleados defecar sin la debida intimidad. ¿Quién no ha visto un hogar donde se separa la sala del baño con una sábana que en una esquina tiene un número de inventario, o donde unos niños se lavan la boca usando, para sacar el agua de un tanque viejo y oxidado, una vasija substraída de un salón de cirugía? Estos datos sobre las irregularidades pueden ser, no obstante, obra de fabuladores siempre prestos al chisme y al chanchullo, distantes de la práctica oficial.
    Ha dicho Raúl: “se ignoran las más elementales normas de caballerosidad y respeto hacia los ancianos, mujeres embarazadas, madres con niños pequeños e impedidos físicos. Todo esto sucede ante nuestras narices, sin concitar la repulsa y el enfrentamiento ciudadanos”.[5] Modestamente, pienso que esto no es del todo cierto. Si bien la solidaridad tradicional ha desaparecido, surge un nuevo modo de ayuda al prójimo, una “solidaridad al límite” practicada por los cubanos más disímiles sin distinciones de género, raza, edad ni lugar de origen. El objeto de esta solidaridad son aquellos que tienen dificultades manifiestas para lidiar con los rigores de nuestro cotidiano, precisamente las mujeres embarazadas, los ancianos, los niños y los impedidos físicos que señalara el comandante. Frente a tales personas no es difícil comprobar que el frenesí y la violencia que se han vuelto imprescindibles en nuestra vida diaria, se atenúan para procurar dar paso a la embarazada en el pasillo aunque le moleste al que tenemos delante y debamos hacerle comprender con algunos golpes; favorecer al ciego en la repartición de algún bien, aun sabiéndole incapaz de percibir si le dieron la mala; o cargarle la jaba a cualquier anciano sin robarle nada de lo que lleva adentro. No todos son solidarios siquiera de esta manera, pero tal actuar existe y conmueve en una población carente y desesperanzada.
    “Lo real, afirma el compañero Raúl, es que se ha abusado de la nobleza de la Revolución, de no acudir al uso de la fuerza de la ley, por justificado que fuera, privilegiando el convencimiento y el trabajo político, lo cual debemos reconocer que no siempre ha resultado suficiente”.[6]
    No ha faltado quien comenta que por párrafos como el anterior transita una nueva amenaza  para la población cubana, afirman que el comandante encubre una ola de depredación estatal contra el comercio privado, con un llamado a las buenas costumbres y la honradez. Para fundamentarlo se basan en recientes arremetidas contra los cuentapropistas, multándolos con cifras descomunales, confiscando sus mercancías y demoliendo sus locales, todo envuelto en las irregularidades propias de nuestro sistema legal que deja al afectado con pocas posibilidades de reclamación, y en una ley de impuestos aprobada meses atrás que succiona el cincuenta por ciento de la ganancia del comerciante.
    Aun así me cuesta creerlo, pues la misma familia del comandante tiene intereses monetarios en nuevas áreas de desarrollo económico, o al menos eso se comenta. Hay quien dice que su yerno es el mánager del área del Mariel, que tiene multimillonarias inversiones de gobiernos extranjeros, principalmente de Brasil, para su desarrollo como puerto; su hijo es un alto jerarca del Ministerio del Interior, institución que ha tenido, tradicionalmente, grandes intereses económicos y empresas a su arbitrio, y su sobrino es un campeón de golf, deporte que busca desarrollarse en nuestras tierras y al parecer es un suculento negocio puesto bajo su tutela. ¿No sería un sinsentido que el comandante atentase contra los intereses de su propia familia?
    De tener razón los cuentapropistas, y sería mejor para el bien del país que no la tengan, habría que coincidir con Raúl Modesto en que ha crecido en nuestro país la desfachatez, pero habría que incluirlo a él como nuestra mayor vulgaridad y a su discurso como la más reciente de nuestras groserías.
                                                                                 Boris González Arenas
                                                                                    19 de julio de 2013




[1] Raúl M. Castro: La pérdida de valores éticos y el irrespeto a las buenas costumbres puede revertirse mediante la acción concertada de todos los factores sociales. Intervención del General de Ejército Raúl Castro Ruz, Primer Secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, en la Primera Sesión Ordinaria de la VIII Legislatura de la Asamblea Nacional del Poder Popular, en el Palacio de Convenciones, el 7 de julio de 2013, “Año 55 de la Revolución”, Juventud Rebelde, 9 de julio de 2013, p. 4.
[2] Ídem.
[3] Ídem.
[4] Estas cifras me las dio Cheo Guzmán, custodio de un cine de la Avenida Ayestarán, que se desempeñaba como carretillero en la década del cincuenta y se hizo traductor del idioma uzbeko en la década del setenta. En el año 1989 Cheo quedó sin trabajo y desde entonces se desempeña como vigilante.
[5] Raúl M. Castro, ob.cit., p. 4.
[6] Ídem.


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