viernes, 11 de julio de 2014

Declaración por el 20 aniversario del hundimiento del ¨13 de marzo¨

El próximo domingo 13 de julio del 2014 se cumplirán veinte años del hundimiento del remolcador 13 de Marzo en las aguas al frente de la Habana, que dejó un saldo de treinta y siete muertos y treinta y un sobrevivientes.
En el año 1994 las tensiones derivadas de cinco años de hambre y necesidades elementales llegaron al límite. Los cubanos se lanzaban desesperados al mar tratando de llegar a las costas de Estados Unidos, como si el solo hecho de flotar sobre algo garantizara el cruce de una distancia que para muchos fue interminable. Cualquier embarcación era usada con ese propósito. Numerosos barcos fueron secuestrados por personas que aspiraban a llegar, con sus familias, en condiciones más seguras que las propiciadas por cámaras de camiones, tanques de cincuenta y cinco galones y corchos. Las imágenes de aquellos días espantan y no es por estar orgullosos de ellas, que el castrismo las ignora absolutamente.
Fue en esas condiciones que un grupo de familias planearon escapar de Cuba en el remolcador 13 de Marzo. Los sobrevivientes de aquél trágico suceso están seguros de que el gobierno cubano tenía información del plan de fuga por la disposición alerta que tenían una serie de embarcaciones en las afueras de la bahía. Más tarde sabrían que también lanchas de la marina de guerra se mantenían al acecho, pero en un primer momento sólo alcanzaron a ver los barcos que, con potentes chorros de agua salada, rápidas maniobras y golpes incesantes al casco del 13 de Marzo, dificultaron su avance y produjeron su hundimiento. De nada valieron las súplicas de las familias amontonadas en el barco que, aspirando a detener el acoso, hicieron salir a cubierta a los niños que llevaban, a quienes debieron llevar nuevamente al interior de la embarcación, de donde no saldrían nunca más.
Después de hundido el 13 de Marzo, los chorros de agua continuaron lo que incrementó el número de víctimas. En un momento dado, el acoso sobre los sobrevivientes cesó y una lancha de guardafronteras apareció en el lugar. Fueron los militares de esta embarcación, y no los miembros de los barcos acosadores, los que rescataron del agua a aquellos que aún quedaban con vida. Al subir al barco pudieron ver un buque de nacionalidad griega y comprendieron que habían sido rescatados para evitar que su tripulación fuera testigo de un crimen atroz.
Treinta y siete personas murieron en aquellos sucesos. Sus nombres son:

1- Hellen Martínez Enríquez, de cinco meses de vida.
2- Cindy Rodríguez Fernández, dos años
3- Ángel René Abreu Ruiz, tres años
4- José Carlos Nicole Anaya, tres años
5- Giselle Borges Alvarez, 4 años
6- Caridad Leyva Tacoronte, 5 años
7- Juan Mario Gutiérrez García, 10 años
8- Yasser Perodín Almanza, 11 años
9- Yousell Eugenio Pérez Tacoronte, 11 años
10- Eliecer Suárez Plasencia, 12 años      
11- Mayulis Menéndez Tacoronte, 17 años
12- Miladys Sanabria Cabrera, 19 años
13 - Joel García Suárez, 20 años
14- Odalys Muñoz García, 21 años
15- Yaltamira Anaya Carrasco, 22 años
16- Yuliana Enríquez Carrazana, 22 años
17- Lissett María Alvarez Guerra, 24 años
18- Jorge Gregorio Balmaseda Castillo, 24 años
19- Ernesto Alfonso Loureiro, 25 años
20- María Miralis Fernández Rodríguez,  27 años
21- Jorge Arquímedes Levrígio Flores, 28 años
22- Leonardo Notario Góngora,  28 años
23- Pilar Almanza Romero, 31 años
24- Rigoberto Feu González, 31 años
25- Omar Rodríguez Suárez, 33 años
26- Lázaro Enrique Borges Briel, 34 años
27- Martha Caridad Tacoronte Vega, 35 años
28- Julia Caridad Ruiz Blanco, 35 años      
29- Eduardo Suárez Esquivel, 38 años
30- Martha M. Carrasco Sanabria, 45 años
31- Augusto Guillermo Guerra Martínez     45 años
32- Rosa María Alcalde Puig, 47 años
33- Estrella Suárez Esquivel, 48 años
34- Reynaldo Joaquín Marrero Álamo, 48 años
35- Amado González Raíces     50 años
36- Fidencio Ramel Prieto Hernández     51 años
37- Manuel Sánchez Callol     50 años

Aún hoy el gobierno cubano no ha explicado la escala de valores por la que se rige para determinar que decenas de personas murieran de un modo tan bárbaro y sus ejecutores no hayan sido juzgados. Como el próximo trece de julio se cumplen veinte años del evento, miembros de la oposición democrática cubana solicitamos lo siguiente:
Primero: Que los días 12, 13 y 14 de julio del 2014 sean considerados de duelo por los cubanos en todo el mundo en honor a las víctimas del hundimiento del remolcador 13 de marzo.
Segundo: Que los artistas cubanos, funcionarios oficiales, miembros de instituciones represivas, intelectuales de cualquier orden, convocados usualmente por el gobierno cubano para encubrir con actividades festivas jornadas de dolorosa recordación para el pueblo de Cuba, se abstengan respetuosamente de participar en ellas, permitiendo que en estos días, como sucede en otras fechas semejantes, los cubanos vivamos nuestro dolor sin ofensas ni humillación 

La Habana 9 de julio de 2014


Firmantes iniciales de esta Declaración

Julio Aleaga Pesant
Juan A. Madrazo Luna
Fernando Palacio Mogar
Boris González Arenas
Manuel Cuesta Morúa 
Eroisis González Suárez
Lilianne Ruiz Andarcio
Leonardo Calvo Cárdenas
Félix Navarro Rodríguez
Iván Hernández Carrillo
Mario Félix Lleonart
Yoaxis Marcheco Suárez
Hugo Damián Prieto Blanco
José Díaz Silva
Andrés Pérez Suarez
Lourdes Esquivel Vieyto


Los interesados en suscribir esta declaración pueden enviar su nombre a porvictimas13dmarzo@gmail.com




Desde hace algunos días viene realizándose también una acción convocada por el proyecto Estado de SatsPuedes hacerte una instantánea como tributo y ser parte del homenaje-denuncia. Todas las imágenes se publicarán. 

miércoles, 9 de julio de 2014

La grandeza del nombre y la miseria del resultado

campesino cubano (voces.huffingstonpost.com)

El 24 de septiembre de  2009 se realizó en la Habana un debate organizado por el Proyecto Cultural Temas titulado "Cultura agraria, política y sociedad". Entre los invitados al panel estuvo Mavis Dora Álvarez que, según aparece en el número de la revista que reprodujo el encuentro (no. 61, 2010), es ingeniera e investigadora.
En su intervención Mavis Dora  Álvarez dice: "¿Cómo se les llama a los que trabajan en las UBPC? 'Ubepecistas'. ¿Qué es eso, de dónde salió esa palabra, que tradición comporta, qué significa en la cultura agraria cubana ser 'ubepecista'? No significa nada, es una pérdida total de la identidad. Ahora, entre las formas que se están tratando de introducir para paliar esta situación y encontrar ese camino estratégico de la agricultura socialista, se están organizando fincas familiares en algunas UBPC con los propios cooperativistas de ella. ¿Cómo se les está llamando a las personas que trabajan en esas fincas familiares? Siempre se les llamó campesinos, la agricultura campesina es de trabajo y economía familiar; pero ahora se les denomina 'finqueros'. Ateniéndonos a los patrones culturales, al acervo cultural de este país, ser una cosa o la otra, no es nada. El otro típico nombre que se está usando es 'usufructuario'. Así se ha llamado al que está recibiendo tierras en usufructo por el Decreto Ley 259."
Mavis Dora Álvarez anota la política del Estado tendiente a ignorar los nombres de prácticas tradicionales y la falta de contenido, la capacidad de no ser nada, de los que se crean en sustitución.
Cualquier práctica, agrícola, social, comercial o de otra naturaleza, queda desconectada de su pasado por el solo cambio de nombre; es ese cambio el que le quita como mínimo, por muy semejantes que sean, su identidad. Pero la condición de nuevo no supone falta de arraigo para un término. Aún cuando la práctica agrícola haya cambiado poco, un evento de cualquier índole podría requerir su redefinición. De ser exitoso el cambio, los años darán a la denominación su historia y le legitimarán socialmente. Un cochero pasa a ser chofer por la índole del vehículo que conduce, la majestad pasa a ser señorío por el cambio en el sistema social que le pone al frente del Estado, una patriota soberanista se convierte en gusana por la miseria moral del déspota que la denomina, todas son definiciones que alcanzan notoriedad y, por las razones que sean, determinan nuevos hábitos y prácticas.
En las entrevista acopiadas por Maylan Álvarez en La callada molienda (Premio Memoria del Centro Pablo de la Torriente Brau, 2012) no son pocas las referencias a denominaciones que solo se hicieron corrientes en nuestro país después de 1959. Héroe Nacional del Trabajo, Bon de los 500, miliciano, donante (referido a los donantes de sangre), millonario (referido a los millones de arrobas de caña cortada), cooperativista, todas ayudaron a caracterizar el nuevo panorama laboral del país desde muchos puntos de vista. Estos términos consiguieron generar sentido y por décadas numerosos obreros se posicionaron a su sombra.
Sin embargo, toda redefinición tiene también ciertos riesgos de cara al futuro. Como señala Mavis Dora Álvarez, el nuevo término dificulta la identificación con aquél al que denomina, si se pierden las razones que lo inspiraron poco se puede argumentar para conservarlo y, de forzar su mantenimiento o implementar nuevas redefiniciones, el nuevo concepto y la práctica que pretende nombrar desviarán sus rumbos sin reconocerse.
Eso pasó en Cuba cuando el modelo de desarrollo importado de la antigua URSS colapsó con ella y con el resto del campo socialista. Décadas de una agricultura ineficiente, extensiva y de altos costos colapsaron de pronto sin que fuera posible, para tantos donantes, millonarios ni cooperativistas, mantener siquiera la producción de alimentos básicos, sacrificada en pos de la caña de azúcar.
Las definiciones son frágiles, pero la ausencia de historia y arraigo las hace aún más débiles. Podríamos preguntarnos entonces: ¿Por qué la insistencia del Estado castrista en desvincular al campesino del nombre que le identifica a través de la historia y del espacio geográfico, como denuncia Mavis Dora Álvarez?
Una de las causas de este encono, o cuando menos rechazo del término campesino, es la misma por la que se llama al empresario o comerciante cubano con el término marginal de cuentapropista.
El campesino y el comerciante fueron un problema siempre para el socialismo estatista. Ambos trabajan de manera autónoma, el rigor de sus empresas y el conocimiento particular que deben poseer respecto de aquello que les ocupa, hace que sean reacios a totalizaciones propias de las doctrinas. La calidad de la tierra puede variar la forma de cultivo de cualquier hortaliza, el deterioro del suelo a través de los años cambia las formas de cultivar en la misma región y la adaptación de la tecnología y el saber científico, es también variable. Para lidiar con tantos parámetros, hacen falta personas que permanezcan en el lugar por décadas, que se responsabilicen con sus resultados, que puedan pasar a sus descendientes el conocimiento adquirido y, sobre todo, que tengan autonomía.
Nada de eso está dispuesto a garantizarlo, al menos no como derecho, el castrismo, y privar a una persona de autonomía es una acción que se legitima cuando aparece un nombre que lleve implícita esa pérdida. De ahí que el campesino de ayer, fuera convertido en cooperativista, Héroe Nacional del Trabajo o millonario, y que desmontado todo el imaginario que lo contenía, volviera a su casa, pero para ser ubepecista, finquero o cuentapropista, jamás campesino.
El estatismo castrista se pudo dar cuenta rápidamente de la dificultad que ocasiona el trabajador autónomo para sus maniobras totalizadoras. Si la primera Ley de Reforma Agraria de 1959 mantenía la posibilidad de conservar una cantidad de tierras que le aseguraban al campesino la prevalencia de su condición, la Segunda Ley de Reforma Agraria destruyó cualquier posibilidad de ello[1]. Las subsiguientes "ofensivas revolucionarias" contra el pequeño sector privado que podía de manera artesanal procesar productos del agro, la creación de una institución como Acopio que privó al campesino de la comercialización libre de su producción y las presiones estatales para conseguir la integración cooperativa, convirtieron el campo cubano en un espacio fértil para la arenga, pero no para la siembra.
Arenga es cuando en el Documento programático de la reestructuración de la industria azucarera, recogido por Maylan Álvarez en la primera parte de La callada molienda, se afirma que: "Las tierras que liberarían las actuales áreas cañera que ascienden al 62% del área agrícola, se emplearían en la producción ganadera —carne y leche—, en el cultivo de viandas, frijoles, así como de hortalizas en organopónicos y huertos intensivos, lo cual incrementaría la disponibilidad  de alimentos para las propias familias azucareras y para toda la población, redundaría en la sustitución de importaciones y en la creación de nuevos empleos para trabajadores cañeros, azucareros y sus familiares".
Y añade: "Una parte de esas tierras liberadas de caña se dedicará a áreas forestales, tanto a bosques industriales, con el propósito de utilizar su madera y  la pulpa de esta, lo que proporciona un alto valor agregado, como a bosques naturales asociados a la producción de frutas, producto que también demanda el consumo nacional y la exportación".
Esta afirmación, que no debe haber movido a risa a los campesinos cubanos que iban a quedar sin empleo por la gravedad implícita, es respondida por Luis Pita Suárez, un tecnólogo azucarero nacido en 1950 que testimonia a Maylan Álvarez en La callada molienda: "Después de lo del central se creó una granja. La granja agroindustrial Julio Reyes Cairo. Pero el nombre no se corresponde porque de agro tenía algo, pero de industrial no tenía nada. Era una empresa de nuevo fomento. No tenía una estructura creada. No era rentable tampoco y en la actualidad prácticamente está desintegrada, porque no hay respaldo económico. Incluso tuvimos etapas de dos y hasta tres meses sin cobrar, no se nos podía pagar el salario porque la empresa no tenía cómo buscar el dinero".
Al señalar las carencias de una granja supuestamente agroindustrial, Luis Pita señala, como Mavis Dora Álvarez, el nombre mal puesto, la grandilocuencia usada para encubrir una farsa que ya a tales alturas solo puede clasificar como burla.
Si la euforia revolucionaria permitió la emergencia de un puñado de conceptos, su legitimidad duró lo que los créditos soviéticos pudieron sostener.
Con el fracaso que a la revolución le propició Fidel Castro todos sus términos perdieron sentido, y la palabra campesino, que en algún momento pudo haber sido sinónimo de explotado, hombre sin tierras u olvidado, emerge, menos por desmentir la condición precaria con que antaño se identificaba, que para manifestar la iniquidad que los nuevos conceptos encubren. El castrismo sabe eso, la presión que los antiguos términos realizan en el presente para su restablecimiento son el resultado de la evidencia en que ha quedado su despropósito y perversidad.
Boris G. Arenas
La Habana, julio 2014


[1] Opinión  semejante a la descrita puede encontrarse en el mismo debate reproducido por la revista Temas, allí dice Armando Nova, uno de sus participantes: "Después del triunfo de la Revolución se realiza la anhelada reforma agraria. Primero, la de 1959 y después la de 1963, mediante sendas leyes. Esto provocó cambios estructurales significativos en el contexto de la economía cubana, pues entregó la propiedad de la tierra al que la trabajaba en ese momento y no era dueño de ella, ya fuera precarista, arrendatario, sub-arrendatario, etc. Ese fue un paso muy importante; pero realmente la Reforma Agraria no hizo una total distribución de la tierra de los latifundios expropiados, por cuanto, al finalizar 1963, 75% de la tierra estaba en manos del Estado, así como todo el ciclo de producción, distribución, comercialización, etc. Este fenómeno, indiscutiblemente, no favoreció la vinculación del hombre rural a la tierra, más bien contribuyó a su separación, y le dio continuidad a lo heredado. Era el latifundio en otra modalidad, cualitativamente diferente en cuando a su finalidad, pero que también enajenaba al trabajador agrícola" (Temas, Panel "Cultura Agraria, política y sociedad", intervención de Armando Nova p. 89) 

Este artículo es un fragmento de un ensayo que aparecerá próximamente en la revistaIdentidades.
Publicado inicialmente en Diario de Cuba

lunes, 7 de julio de 2014

La callada molienda

Central Lafayette (eliad-jhosue-villarroel.blogspot.com)

Lo cotidiano no puede ser conmovedor: no puede cortar el aliento, nublar la inteligencia o estimular el llanto de manera continua. Quien no ha visto pasar un carro a gran velocidad por una carretera recién asfaltada puede maravillarse del ingenio humano y permanecer estupefacto por horas, meses o años, hasta que su estupefacción mengua. El soldado que ve morir a su compañero en el comienzo de una experiencia militar sufrirá una conmoción propia de novicios, muy distinta de la que tendrá si consigue seguir guerreando por dos o tres años, sorteando vísceras y miembros de quienes conversaban con él hasta minutos antes.

La conmoción es también una forma de enajenación, el individuo conmovido se centra con obsesión en aquello que lo conmueve, le dedica su tiempo y su energía, hace girar su entendimiento en torno a ello; si viviéramos conmovidos el universo sería un escenario con un solo objeto, el que conmueve, y un solo personaje, el conmovido. La conmoción es necesariamente un sentimiento extraordinario producido por lo que nos hace experimentarla.
El libro La callada molienda (Premio Memoria del Centro Pablo de la Torriente Brau, 2012) recoge testimonios de obreros azucareros cubanos de la provincia de Matanzas, y la condición material y emocional en que quedaron cuando en el año 2002 se cerraron la mayoría de los centrales de Cuba y con ellos se desactivó una estructura productiva que contenía desde el trabajo puramente agrícola hasta las formas más especializadas de comercialización internacional, pasando por la producción industrial, la transportación, las finanzas y las más diversas ingenierías.
Es la lectura de ese libro lo que ha producido la conmoción que motiva este escrito. Su autora, Maylan Álvarez Rodríguez, divide el libro en dos capítulos y un anexo. En la parte segunda del libro se encuentran los testimonios referidos, principalmente de ancianos que midieron su vida por zafras y no por años, cuyos días no estaban compuestos de horas sino de jornadas, el comienzo y final de las cuales era medida por el pito del central.
Maylan Álvarez tiene cuatro porqués para realizar esta empresa, en el tercero de ellos, enunciados en su introducción, dice: "a mi alrededor, demasiada incomprensión, dolor, nostalgia y alcoholismo, desempleo, juegos ilegales, y  una generación como la mía y las venideras bien lejos del trabajo que forja al hombre, lejos del campo, lejos del azúcar, que es decir Cuba pero de otra manera: más hacia la raíz".
Los que somos de las ciudades no sabemos lo que es un pueblo de campo. Si la identidad urbana es difícil de definir es porque en un intenso proceso de mezclas perdemos las referencias originarias en la conformación de su cultura. No pasa así en los pueblos casi siempre aparecidos a propósito de prácticas específicas. Fuera de las ciudades un puerto, un río, un ingenio, un cruce de caminos, determinan el surgimiento de una población y sus hábitos. En ellos la propiedad no es lo que se obtiene por medio de pago en un mercado, sino lo que determina la pericia que siglos de trabajo en una misma función otorgan.
En el modo de sembrar o cortar la caña un campesino están impresas las vivencias de su padre y las esperanzas que porta para su hijo. El trabajo está demasiado enraizado en una cosmovisión a la que no es posible poner punto final de un día para otro sin graves consecuencias. Lo conmovedor del libro de Maylan Álvarez es que muestra, no solo que en nuestro país se implementó diez años atrás, a gran escala, una destrucción semejante, sino que lo hace a través del testimonio de sus principales víctimas, por medio de su dolor y su desesperanza.
Es importante saberlo para entender algunas de las razones por las que Maylan Álvarez habla de alcoholismo y desempleo, de dolor y de lejanía a propósito del cierre de tantos centrales. También pudo haber hablado de  muerte, pero esto lo dicen sus entrevistados:
"Cuando el cierre del central, Gilberto Hernández, un gran amigo mío, se deprimió mucho y eso lo llevó al suicidio. Él era mi compañero de trabajo por 28 años (…) se ahorcó en el taller. Un 13 de mayo, que más nunca se me olvida porque es el día del cumpleaños de su mamá, fui por la mañana al taller y cuando abro la puerta me encuentro aquello" (Manuel Eleuterio Fuentes Torres)
"Con la desaparición de los centrales y casi la totalidad de la caña, mucha gente ha envejecido antes de tiempo. Yo diría que hay gente que podría haber vivido cuatro o cinco años más y han fallecido porque eran cañeros de toda una vida, azucareros" (Reynaldo Castro Yebra)
"… eso fue una cosa mortal. (…) Donde antes había un ingenio hoy es un tiempo muerto perenne, ya no hay resurrección posible. Esto del cierre ha afectado profundamente a la gente (…) Toda la supervivencia dependía de eso. Se han quedado como un batey más. Y tiene que haber afectado sobre todo a las personas más mayores…" (Alberto Perret Ballester)
"En definitiva ya aquí no hay vida. ¡Ah!, y aquí estamos bien porque el batey está cerca del pueblo, a menos de un kilómetro del pueblo, y con to eso aquí no hay vida. Aquí no hay vida pa nadie" (Víctor Hernández Baró)
"Muchos azucareros, lo sé por el testimonio de los que aún viven en esos lugares, enfermaron y murieron por estados depresivos, por estados de desolación, del golpe mortal a su amor por la azúcar" (María Laura Martín Rodríguez)
"Allí tú ves una persona de 40 años y parece que tiene 50 o 60. Una fábrica de hacer viejos." (Yordanis Galindo Rodríguez)
La industria azucarera cubana no fue una excepción en la suerte que corrió el conjunto de nuestra estructura productiva a partir de 1959, cuando el nuevo poder al frente del Estado parecía lleno de iniciativas y la diversidad industrial parecía una prioridad. En febrero de 1961 se creó el Ministerio de Industria y los centrales azucareros quedaron a su cargo, como si de una industria más se tratara; al frente del Ministerio se puso al comandante Ernesto Guevara, adalid por estos años del programa desarrollista.
Los resultados desfavorables no se hicieron esperar y si en 1961 se consiguió producir 6,8 millones de toneladas métricas de azúcar, en 1963 no llegó a 4 millones el monto de la producción. Semejante descenso no lo suplieron los resultados previstos en el programa industrialista, las carencias se hicieron abrumadoras y la liturgia de la industrialización cesó para dar comienzo entonces a una acelerada marcha en sentido contrario, la de restablecer la producción azucarera.
Cuenta Reynaldo Castro Yebra en el testimonio que diera a Maylan Álvarez que en 1963, en la celebración del Primero de Mayo, fue el comandante y ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias Raúl Castro el que presidió el acto en la Plaza de la Revolución. La ausencia de Fidel Castro se debía a que se encontraba en la URSS, de donde llegaría con un nuevo plan económico: el incremento de la producción de azúcar hasta llegar, en 1970, a los 10 millones de toneladas.
La alianza con la URSS se convirtió en la opción de sobrevivencia del régimen. Con suspicacias primero, pero con una intensa dependencia después, el azúcar fue la tabla de salvación de la devastada economía cubana. Poco se ha estudiado sobre cómo pudieron sobrevivir nuestras industrias a la enorme carencia de piezas de repuesto, la casi nula renovación tecnológica y la pérdida de los sistemas contables y de control. En ese sentido, La callada molienda da varias pistas.
Los obreros azucareros, mujeres y hombres de todo el país que quedaron al frente de los centrales, ya fueran campesinos, obreros industriales, técnicos o científicos, fueron los responsables de que tantas carencias no destruyeran la capacidad productiva cubana, y esta particularidad no hizo sino ahondar el apego tradicional que en los pueblos cubanos existía por sus fuentes de trabajo, estudio y placer; que todas coincidían en el central azucarero, como se comprueba del siguiente testimonio recogido por Maylan Álvarez:
"Aquí trajeron un día al elenco de Palmas y Cañas, el programa estelar de los campesinos. Maravilloso. Pusieron a la gente que vino a cantar allá arriba, por el basculador. Adornaron todo con cañas y la gente lo disfrutó muchísimo. Se hacían unos bailables en el parque… Aquí hoy cuando cae la noche el central se convierte en un pueblo fantasma. Nadie, nadie en las calles. Y cuando había zafra tú veías los carros, la gente de aquí para allá, las luces, el pito de las máquinas." (Gladys Abreu Cárdenas)
Conmueve saber que muchas de estas personas, sino la mayoría, recibieron la noticia del cierre de los centrales cuando eran mayores de 50 años, dificultados por la edad para emprender un nuevo camino y con oficios demasiado específicos para poder enseñar nada que no fuera lo que pasaba a demolerse delante de sus ojos.
Boris G. Arenas
La Habana, julio 2014

Maylan Álvarez Rodríguez, La callada molienda (Premio Memoria, Centro Pablo de la Torriente Brau, La Habana, 2012).
Este artículo es un fragmento de un ensayo dedicado al libro de Maylán Álvarez Rodríguez. El texto completo del ensayo aparecerá próximamente en la revista Identidades.
Publicado en Diario de Cuba en julio 6 2014
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