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El
pasado martes 15 de octubre el vicepresidente cubano anunció
la creación de tiendas en
las que los usuarios solo podrán pagar por medio de tarjetas
financiadas con dólares
o
un contado número de divisas extranjeras.
La
iniciativa no abre posibilidades a los trabajadores por cuenta propia
ni al capital del exilio y excluye al trabajador cubano cuya moneda
no es bienvenida. Se trata de la renovación de viejas prácticas
castristas, como las "tiendas del oro y la plata" y las
diplotiendas, que consistieron en una maraña excluyente que acentuó
la degradación que la falta de libertad política supone.
A
continuación se resume cómo fue cada uno de esos experimentos con
la necesidad de la población cubana.
Diplotiendas
Sería
necesario definir la fecha de inicio de las tiendas para extranjeros
conocidas como diplotiendas. Conocer el rango de las normas legales
que excluyeron a los cubanos, iniciando una práctica de apartheid
que pasados los años abarcaba mercados, hoteles, hospitales y
centros de recreación prohibidos para los nacionales.
Los
medios de prensa oficiales, que hasta el surgimiento de la prensa
independiente, a finales de los 80, controlaban la divulgación, no
se sintieron motivados a describir su naturaleza. Rehacerla a través
del testimonio es difícil desde el momento que los cubanos solo
podemos hablar de ellas por cómo lucían a través de sus vidrieras.
Es
por eso que una anécdota narrada por
Mario Vargas Llosa resulta
preciosa al intentar describir el fenómeno. El escritor fue
entrevistado en 1997 por su colega cubano Ronaldo Menéndez. La
entrevista apareció publicada al año siguiente en La
Gaceta de Cuba.
Vargas Llosa comparte una anécdota de su último viaje a la Isla,
"que debió ser en el año 71".
Invitaron
él y Jorge Edwards, intelectual y diplomático chileno, a José
Lezama Lima a
comer "a un sitio donde solo tenían acceso los diplomáticos.
Entonces Lezama comió con una felicidad que tendrías que haberlo
visto, era algo conmovedor. Con unos modales finísimos. Me acuerdo
mucho de que al salir de ese restaurante donde no habíamos hablado
de política, al despedirme de pronto me agarró la mano muy fuerte y
me dijo: '¿Tú te has dado cuenta en qué país estoy viviendo?' Le
dije 'Sí, claro que me he dado cuenta'".
Tiendas
del oro y la plata
Fueron
establecimientos a los que las personas podían asistir a vender
joyas y acceder a mercados para obtener electrodomésticos, vestuario
decoroso, mobiliario y, finalmente, autos.
Tampoco
sobre este sistema hablaron la prensa oficial ni el escueto número
de publicaciones que circulaba por el país. La única excepción
quizás, fue la revista Albur,
el órgano de los estudiantes del Instituto Superior de Arte, que en
su tercer número, correspondiente a 1988, publicó el texto "La
quimera del oro" con una dura caracterización de su naturaleza
rapaz. Puede leerse allí: "Según noticias, el precio de compra
del oro a la población no representa ni el 25% del precio en el
mercado internacional. (…) Irónicamente la gente llama a estos
centros, la 'casa de Hernán Cortés', por asociación histórica con
aquel bandido del colonialismo español cuya única divisa era la sed
del oro. Pero el papel nuestro no es en todo caso el de los osados
conquistadores, sino el de los infelices negros africanos, o 'indios'
iberoamericanos que entregaban su oro a cambio de baratijas
esclavizándose al mismo tiempo".
Para
una población que llevaba décadas con un par de botas por todo
calzado, unos tenis le resultaban más útiles que un anillo de oro.
Iván
Remedios fue tasador de la tienda del oro y la plata casi desde sus
inicios. "El valor de una joya", comenta, "es una
mezcla del valor de sus metales y piedras preciosas, y el trabajo del
orfebre. En un primer tiempo se buscaba solo el valor de las materias
primas. Delante de los dueños deshacíamos la joya arrancando sus
piedras y pesando los metales, el valor que dábamos al vendedor era
por el peso de la prenda sin importar el trabajo que tenía. Algunas
personas se horrorizaban al ver aquello. No fue hasta después que se
montaron talleres para reparar joyas deterioradas y se vendieron las
piezas íntegras. Muchas de esas piezas salían del país a
importantes casas de subastas europeas".
Este
comercio tuvo su propio billete, del que no se emitió menudo, y para
entrar a las tiendas era necesario mostrarlos. Se le llamó
"orquídea" porque tenían un ejemplar de esa flor en su
diseño.
Cuenta
Iván que en una ocasión atendió a una señora con unas minucias
deficientes siquiera para obtener una orquídea. Él se lo comentó
"y la mujer me insistió en que le diera algo. Yo le pregunté
para qué quería una orquídea si con eso igual no podría obtener
nada en la tienda y su respuesta fue: 'para entrar a mirar'".
Los
bonos A, B, C y D
Los
bonos consistieron en unos billetes a los que la letra caracterizaba
por su origen y poder adquisitivo. "Yo no recuerdo cómo se
obtenían los bonos A, pero el tiempo que trabajé en México, hasta
1991, me cambiaban los dólares por bonos C", comenta Marisela
López, que compró su vehículo merced a esa posibilidad. "Me
costó 4.200 bonos C en 1990. 4.200, pero pesos cubanos, era lo que
costaba a los que se lo otorgaba el Estado".
Marisela
vivió varios años en México trabajando para el Gobierno cubano.
"Yo entraba a cualquier diplotienda porque los bonos C estaban
respaldados por dólares. Los bonos B estaban respaldados de otra
manera. Quienes los tenían no podían comprar en todas las tiendas."
La
diferencia en el poder adquisitivo entre bonos B y C motivó su
intercambio irregular, al que se refiere Marisela a propósito de la
boda de su hijo en 1992. Entonces ya existía una red de dulcerías
en dólares llamada Sylvain, de la que hoy quedan algunas
reminiscencias.
"En
Sylvain compré los dos cakes de su boda. Un vecino ruso, que era
asesor de algún ministerio, tenía bonos B y me los cambió por
bonos C a razón de siete por uno. Como con bonos B se podía comprar
en Sylvain, los dos cakes de mis hijos, que me hubieran costado 70
dólares de comprarlos con bonos, me costaron diez. Donde podían
comprar, los bonos B tenían el mismo valor que los bonos C".
Los
comercios residuales
Las
formas que ha adoptado el mercado cubano ha sido variopinta y no se
reduce a los diseños descritos. Hubo tiendas en las que las personas
que iban a viajar podían comprar alguna ropa para estar
"presentables" en los escenarios extranjeros.
Hubo
tiendas para recién casados y bebés, en las que se vendían módulos
fijos que suplían la ausencia de vestuario y enseres de ocasión.
Igualmente,
han tenido siempre sus tiendas exclusivas los militares.
Una
modalidad de mercado se derivó de la legalización de la tenencia de
dólares en 1993. Al abrir para cubanos, las antiguas diplotiendas
subieron sus precios. El sobrecoste hizo al Estado habilitar rebajas
generosas para el personal diplomático que descontaba, del monto de
la compra, alrededor de una quinta parte.
Marcelo
Salazar, vecino del barrio de Miramar, recuerda que esa diferencia
entre el precio de los diplomáticos y el costo a los cubanos
movilizó un intenso comercio de reventa. "Por aquí se les
llamaba las casas de los vietnamitas y había varias. Comprabas
alimentos por mejores precios que los de las tiendas. Una muy famosa
estaba en la oficina comercial de Vietnam, en 16 y 7ma, y el dueño
del negocio era el consejero comercial".
Y
ahora, la nueva modalidad
Aunque
el Gobierno cubano aseguró que el cambio de los pesos cubanos (CUP)
y los pesos convertibles (CUC) respecto de los dólares se mantendría
como en los últimos años, los medios de prensa reportan que en los
bancos no hay dólares para realizarlo.
La
moneda de la población que quiere entrar a las nuevas tiendas no
puede ser cambiada por dólares sino en el mercado
negro y
allí las monedas nacionales se han
devaluado frente a las divisas.
Si en julio, al subir el salario de la población de manera
sorpresiva, se aseguró que no se devaluaría la moneda, mantener una
tasa de cambio que no puede realizarse al faltar los dólares en los
bancos, y dejar su adquisición a merced del mercado negro, es un
ardid pedestre e irrespetuoso con la población cubana.
Una
más de esas burlas con las que un Gobierno no electo se beneficia de
nuestra precariedad y falta de derechos.