No podemos invocar a Dios, Padre de todos,
si nos negamos a conducirnos fraternalmente con algunos hombres, creados a imagen de Dios.
Es difícil muchas veces entender que el recelo de nuestro vecino por el muro que hemos levantado no responde a la envidia, ni a un sentimiento de malicia que no puede reprimir. El muro nuestro puede restarle, como nos ha dicho, luz. También puede temer que alguien se suba en el muro y desde allí salté a su patio, lo que le obliga a recoger en la noche el cubo de la limpieza o la ropa que dejaba secando hasta el día siguiente.
Cuanto más, con su disgusto, el vecino puede ser nuestro contrario. No demolerá el muro en la noche, no reclamará nuestro esfuerzo en una ayuda cualquiera para, una vez desprevenidos, asestarnos un golpe demoledor con un trozo de hierro que ya tiene preparado, no le dirá a su hijo que golpee al nuestro, ni irá corriendo a denunciarnos por alquilar nuestra vivienda a un extranjero.
Cuando algunos intelectuales o sacerdotes de la Iglesia Católica Cubana (no la "Iglesia Cubana", que son muchas) hablan de "la oposición", como un todo de una sola epidermis, cometen a sabiendas un error propio de los contrarios, no de los enemigos. Buscan legitimar su pretensión de estar en el medio de dos fuerzas y para ello es más fácil caracterizar, a ambas, de modo semejante. Desconocen que muchos fieles de su Iglesia participan desde hace muchos años, de manera brillante, en ese movimiento plural e indefinible que se opone a la dictadura que nos humilla; lo hacen por la sociedad cubana, por ellos (por el horror que produce a los dignos sentirse deshonrosos de su dignidad) y por la Iglesia Católica Cubana, de la que son miembros honorables. Porque no hay nada tan honorable como ser fieles a tan diversas responsabilidades.
Pero no es la Iglesia la que requerirá a nuestro hijo con esa dialéctica atroz de la intimidación y el premio para llevarlo a otras tierras a que entregue su vida, cuando aún no tiene barbas y el fusil excede la proporción debida entre el tamaño del arma y el del cuerpo que la porta. Tampoco la Iglesia pondrá a nuestra esposa en el dilema de continuar a nuestro lado, con hambre y sin esperanzas, o marchar bien lejos a vender barato nuestro trabajo, para cobrarse los beneficios. Tampoco la Iglesia será la Única, la Obligatoria, la que te niegue tú dignidad si no le perteneces, tú integridad si no te le entregas.
Ciertamente tú contrario puede convertirse en tú enemigo. En la década del cincuenta del siglo XX Fidel Castro entregaba sanos y satisfechos a los soldados que caían prisioneros del Ejército Rebelde, la sociedad cubana se sintió maravillada con la gallardía de aquél movimiento dispuesto a morir sin rencor. Como un triunfo del contrario se vivió el Primero de Enero de 1959, apenas días después comenzaron los fusilamientos sumarios, los juicios repetidos hasta conseguir la condena deseada, las depuraciones crueles; la conocida dinámica del crimen como forma de gobierno, la conversión no ya del contrario, sino del otro, en enemigo. Ese modo artero de sojuzgar que usaron los que parecían idóneos para el gobierno y que dura, sin ninguna duda, hasta nuestros días.
Nada de esto hay en las declaraciones que, desde La Iglesia Católica Cubana (no la "Iglesia Cubana") realizan algunos de sus intelectuales o clérigos. Si los autores del editorial El compromiso con la verdad[2] (Espacio Laical No 2 del 2012), elucubraron "un frente" contra la Iglesia Católica Cubana y su máxima autoridad eclesiástica en la isla, el Cardenal Jaime Ortega; no lo hizo Orlando Márquez Hidalgo, director de la Revista Palabra Nueva, en la ponencia presentada en LASA 2012 y titulada La Iglesia como puente de acercamiento. Ambas son publicaciones de la Iglesia Católica Cubana y ambas responden a la política actual de esa institución.
Tampoco pretendió Hidalgo que el puente que puede tender la Iglesia Católica Cubana sea el único ni el mejor, que los que no quieran cruzarlo sean "incapaces de asumir un quehacer y un discurso bien fundamentado, sereno, propositivo e inclusivo"[3].
Dijo:
"…no basta la existencia del puente si las personas no están dispuestas a cruzarlo, o no sabemos construir y habilitar el puente. El significado necesita del significante, de lo contrario el puente puede ser tan solo una estructura-ficción,…[4]"
Algunas lozas faltan al puente desde el momento que personas como Yoani Sánchez o Dagoberto Valdez, entre otros, tan importantes en nuestra sociedad contemporánea, están ausentes por completo de cada uno de los números de sus revistas, de las invitaciones a sus actos académicos y litúrgicos, y de sus numerosas declaraciones oficiales, donde no faltan a menudo figuras relacionadas al estado enemigo.
Falta también el reconocimiento a esas mujeres extraordinarias que, vestidas de blanco y con flores en la mano, convergieron con la Iglesia Católica Cubana, no buscando la sombra de la institución sino aunando sus luces; el reconocimiento de Guillermo Fariñas, que con la fuerza que en las carreras de relevo potencia los rendimientos, mantuvo encendida la gran protesta que ultimó a Orlando Zapata Tamayo. Ese reconocimiento falta y de ahí parten las reservas de contrarios que hoy pueden erigirse, reservas que no son, ni un muro para atropellar al vecino, ni un puente horadado para ver caer al que le cruza, como parecen haberse complacido en declarar los redactores de El compromiso con la verdad.
Boris González Arenas
[1] Declaración del Concilio Vaticano II sobre las relaciones de la Iglesia Católica con las religiones no cristianas. Aprobada en San Pedro el 28 de octubre de 1965
[2] José Ramón Pérez, Roberto Veiga, Lenier González y Alexis Pestano
[3] "El compromiso con la verdad". José Ramón Pérez, Roberto Veiga, Lenier González y Alexis Pestano. Versión digital.
[4] "La Iglesia como puente de acercamiento" Orlando Márquez Hidalgo LASA 2012. Versión digital.
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