John Wayne pregunta a la joven si conoce el significado de la cinta
amarilla en el cabello. La joven le comenta que sí, ella está enamorada y esa
cinta significa que espera a un hombre. En realidad la joven vacila entre dos
jóvenes oficiales del campamento que se disputan su preferencia.
En Cuba corre el mes de septiembre del año 2013 y René González, un ex agente
de la Inteligencia
Cubana que cumplió una condena en prisiones de los Estados
Unidos, dirige ahora, ya libre, la campaña por la liberación de cuatro
compañeros suyos que, en este mes, cumplen quince años de condena en aquél país.
Son los Cinco Héroes.
John Wayne debe transportar a la joven y su madre, hija y esposa de otro
oficial del campamento, sanas y salvas, a territorio seguro. Corren los tiempos
de la expansión hacia el Oeste. Entre el sitio en que se encuentran y el
territorio libre de peligro se encuentran los malvados indios, cuya crueldad no
tiene límites.
René González ingenia, en medio de la misión para salvar a los otros
héroes, que todos los cubanos llevemos, en vísperas de un nuevo aniversario de
su entrada en prisión, una cinta amarilla sobre nuestro cuerpo o en algún lugar
visible, como muestra de que, ansiosos, esperamos la llegada de sus compañeros,
que también son los nuestros.
La película se llama She Wore a
Yellow Ribbon, lo que traducido literalmente significa: Ella usaba una
cinta amarilla. Fue realizada en 1949 por el director de cine norteamericano
John Ford. El otro episodio forma parte de la campaña por el regreso de los
llamados “Cinco Héroes”. En ambos, el evento histórico y la ficción han sido
mezclados para producir un mismo fin: dar a la realidad rango de leyenda.
El cine del Oeste hizo común que los indios aparecieran como despiadados
criminales en tanto el ejército norteamericano lo hacía como el contingente benefactor
y justiciero en un gran ejercicio de manipulación de la realidad histórica. En She Wore a Yellow Ribbon se inserta la
relación de la joven con dos oficiales y, añadida, aparece la cinta amarilla
como adorno sentimental. No fue hasta dos décadas después de realizada esta
película, que el cine norteamericano mostró campamentos indios, con niños, mujeres
y ancianos, arrasados por los soldados yanquis; la brutalidad de la usurpación
de las tierras indias manifiesta y el mito del buen hombre blanco hecho trizas.
A una manipulación semejante se dispuso el aparato de gobierno de Raúl
Castro cuando convidó a los cubanos, tan acostumbrados a que un convite demande
asistencia obligatoria, a que adornaran con cintas amarillas lo mismo la ropa
que llevaban puestas, que sus balcones o autos. Al parecer el juicio de los
espías cubanos tuvo irregularidades, resultando que las penas impuestas excedieran
la gravedad de los hechos imputados. Nunca un exceso como el que dejó sin
juicio a los asesinos que condujeron el barco que impactó el transbordador Trece de Marzo en 1994 dejando su pesada
carga humana, niños mediante, al vaivén del mar embravecido. Frente a semejante
crimen, el exceso en las condenas de los espías cubanos aparece como un relativo
error de procedimiento. Parecería que tan solo por infiltrarse en la comunidad
de cubanos a la que el castrismo, con el control absoluto de las políticas de
la nación con sus emigrados no deja de extorsionar, aprovechando sus vínculos
filiales y emocionales con la patria que dejaron atrás, los espías cubanos
tienen bien impuestas sus condenas. Pero si demandamos un estado de justicia
para Cuba, con más razón tenemos que ser justos en la condena de los que
conspiran contra él.
Al estilo de la película de John Ford, la cinta amarilla es una
herramienta que busca introducir cierta sentimentalidad en el episodio
político. Una mentira repetida muchas veces se convierte en verdad y la
maquinaria montada por el castrismo parecía estar llegando a buen puerto. Para
concluir la jornada por el regreso de “Los Cinco” se convocó, el pasado jueves
12 de septiembre –los organizadores debieron observar que el día siguiente sería
viernes 13– un gran concierto donde coincidirían muchos músicos cubanos. Al
parecer todo se desarrollaba como se había previsto hasta que, de pronto y sin
anuncio previo, frente a las cámaras de televisión que en vivo transmitían para
todo el país, uno de los músicos invitados, Roberto Carcassés, convirtió el
episodio de las cinticas y toda la parafernalia montada, en una mueca falta de
gracia; como si John Wayne llegara a su casa y encontrara, al final de la
película, que su mujer usa la cinta amarilla en las relaciones con su amante,
un indio fornido como el que combatía hasta el día anterior.
Roberto Carcassés demandó que, junto con “Los Cinco”, se libere el acceso
a la información, que se elija al presidente por voto directo en una Cuba donde
el castrismo encontró improcedente algo tan elemental, que no se distinga entre
militantes y disidentes pues todos somos cubanos y que se acabe, junto con el bloqueo,
el autobloqueo, que es la manera como muchos cubanos han llamado históricamente
a las tantas trabas que el estado impone al desarrollo nacional. Mientras
cantaba, pues toda esta petición la hizo cantando, el coro repetía: Quiero,
acuérdate que siempre quiero.
Desconcertante debió resultar a los quinientos metros cuadrados de
guayabera que tenía frente a sí, con sus diversos tipos de stress, relacionados
todos con la omisión del criterio y la represión de la inteligencia, la demanda
de Roberto Carcassés. En una declaración pública que realizó al día siguiente
del evento, el músico reiteró sus palabras no sin identificarse con la causa de
la libertad de los espías, incluso llamándola por el nombre que el gobierno cubano
da a la misma, “El caso de los Cinco”. Y concluye Carcassés: “Me importan los
Cinco, pero me importa mi vida y la de los demás también”.
En el futuro, a muchos les dolerá haberse asimilado al estado de cosas
impuesto por el castrismo; haber contrastado brutalmente lo que se pensó de lo
que se dijo, y haber acudido frenético a aplaudir en las pantallas el delirio
de turno del dictador, les dolerá haber humillado a la gallardía y el valor en
pos del reconocimiento. Será doloroso, como se duelen tantas personas capaces, al
ir a la tumba con las páginas de sus libros en blanco o las líneas de sus
pentagramas vacías. Nada de eso le pasará a Roberto Carcassés, tal es el poder
del instante.
Boris González Arenas
Lunes 23 de septiembre, 2013