lunes, 23 de septiembre de 2013

De cómo Roberto Carcassés desenmascaró a John Wayne


John Wayne pregunta a la joven si conoce el significado de la cinta amarilla en el cabello. La joven le comenta que sí, ella está enamorada y esa cinta significa que espera a un hombre. En realidad la joven vacila entre dos jóvenes oficiales del campamento que se disputan su preferencia.
En Cuba corre el mes de septiembre del año 2013 y René González, un ex agente de la Inteligencia Cubana que cumplió una condena en prisiones de los Estados Unidos, dirige ahora, ya libre, la campaña por la liberación de cuatro compañeros suyos que, en este mes, cumplen quince años de condena en aquél país. Son los Cinco Héroes.
John Wayne debe transportar a la joven y su madre, hija y esposa de otro oficial del campamento, sanas y salvas, a territorio seguro. Corren los tiempos de la expansión hacia el Oeste. Entre el sitio en que se encuentran y el territorio libre de peligro se encuentran los malvados indios, cuya crueldad no tiene límites.
René González ingenia, en medio de la misión para salvar a los otros héroes, que todos los cubanos llevemos, en vísperas de un nuevo aniversario de su entrada en prisión, una cinta amarilla sobre nuestro cuerpo o en algún lugar visible, como muestra de que, ansiosos, esperamos la llegada de sus compañeros, que también son los nuestros.
La película se llama She Wore a Yellow Ribbon, lo que traducido literalmente significa: Ella usaba una cinta amarilla. Fue realizada en 1949 por el director de cine norteamericano John Ford. El otro episodio forma parte de la campaña por el regreso de los llamados “Cinco Héroes”. En ambos, el evento histórico y la ficción han sido mezclados para producir un mismo fin: dar a la realidad rango de leyenda.
El cine del Oeste hizo común que los indios aparecieran como despiadados criminales en tanto el ejército norteamericano lo hacía como el contingente benefactor y justiciero en un gran ejercicio de manipulación de la realidad histórica. En She Wore a Yellow Ribbon se inserta la relación de la joven con dos oficiales y, añadida, aparece la cinta amarilla como adorno sentimental. No fue hasta dos décadas después de realizada esta película, que el cine norteamericano mostró campamentos indios, con niños, mujeres y ancianos, arrasados por los soldados yanquis; la brutalidad de la usurpación de las tierras indias manifiesta y el mito del buen hombre blanco hecho trizas.
A una manipulación semejante se dispuso el aparato de gobierno de Raúl Castro cuando convidó a los cubanos, tan acostumbrados a que un convite demande asistencia obligatoria, a que adornaran con cintas amarillas lo mismo la ropa que llevaban puestas, que sus balcones o autos. Al parecer el juicio de los espías cubanos tuvo irregularidades, resultando que las penas impuestas excedieran la gravedad de los hechos imputados. Nunca un exceso como el que dejó sin juicio a los asesinos que condujeron el barco que impactó el transbordador Trece de Marzo en 1994 dejando su pesada carga humana, niños mediante, al vaivén del mar embravecido. Frente a semejante crimen, el exceso en las condenas de los espías cubanos aparece como un relativo error de procedimiento. Parecería que tan solo por infiltrarse en la comunidad de cubanos a la que el castrismo, con el control absoluto de las políticas de la nación con sus emigrados no deja de extorsionar, aprovechando sus vínculos filiales y emocionales con la patria que dejaron atrás, los espías cubanos tienen bien impuestas sus condenas. Pero si demandamos un estado de justicia para Cuba, con más razón tenemos que ser justos en la condena de los que conspiran contra él.
Al estilo de la película de John Ford, la cinta amarilla es una herramienta que busca introducir cierta sentimentalidad en el episodio político. Una mentira repetida muchas veces se convierte en verdad y la maquinaria montada por el castrismo parecía estar llegando a buen puerto. Para concluir la jornada por el regreso de “Los Cinco” se convocó, el pasado jueves 12 de septiembre –los organizadores debieron observar que el día siguiente sería viernes 13– un gran concierto donde coincidirían muchos músicos cubanos. Al parecer todo se desarrollaba como se había previsto hasta que, de pronto y sin anuncio previo, frente a las cámaras de televisión que en vivo transmitían para todo el país, uno de los músicos invitados, Roberto Carcassés, convirtió el episodio de las cinticas y toda la parafernalia montada, en una mueca falta de gracia; como si John Wayne llegara a su casa y encontrara, al final de la película, que su mujer usa la cinta amarilla en las relaciones con su amante, un indio fornido como el que combatía hasta el día anterior.
Roberto Carcassés demandó que, junto con “Los Cinco”, se libere el acceso a la información, que se elija al presidente por voto directo en una Cuba donde el castrismo encontró improcedente algo tan elemental, que no se distinga entre militantes y disidentes pues todos somos cubanos y que se acabe, junto con el bloqueo, el autobloqueo, que es la manera como muchos cubanos han llamado históricamente a las tantas trabas que el estado impone al desarrollo nacional. Mientras cantaba, pues toda esta petición la hizo cantando, el coro repetía: Quiero, acuérdate que siempre quiero.
Desconcertante debió resultar a los quinientos metros cuadrados de guayabera que tenía frente a sí, con sus diversos tipos de stress, relacionados todos con la omisión del criterio y la represión de la inteligencia, la demanda de Roberto Carcassés. En una declaración pública que realizó al día siguiente del evento, el músico reiteró sus palabras no sin identificarse con la causa de la libertad de los espías, incluso llamándola por el nombre que el gobierno cubano da a la misma, “El caso de los Cinco”. Y concluye Carcassés: “Me importan los Cinco, pero me importa mi vida y la de los demás también”.
En el futuro, a muchos les dolerá haberse asimilado al estado de cosas impuesto por el castrismo; haber contrastado brutalmente lo que se pensó de lo que se dijo, y haber acudido frenético a aplaudir en las pantallas el delirio de turno del dictador, les dolerá haber humillado a la gallardía y el valor en pos del reconocimiento. Será doloroso, como se duelen tantas personas capaces, al ir a la tumba con las páginas de sus libros en blanco o las líneas de sus pentagramas vacías. Nada de eso le pasará a Roberto Carcassés, tal es el poder del instante.

Boris González Arenas
 Lunes 23 de septiembre, 2013
                                                                                    

lunes, 16 de septiembre de 2013

Las cuentas de la memoria

                                             
   En los últimos años ha aumentado, en los países latinoamericanos, el ajuste con la memoria de las dictaduras que en el pasado las oprimieron brutalmente. Los ciudadanos de aquellos países que hoy disfrutan de la democracia constataron, con la llegada de la libertad, porque no hay libertad en las dictaduras –no es libre el millonario que se ha hecho con leyes de excepción, el que camina despreocupado porque no ejerce la política ni el que escribe un libro escondiendo lo que piensa-, que haber renunciado al ejercicio de su soberanía fue el mejor favor que pudieron hacerle a los déspotas.
   Por estos días la Asociación Nacional de Magistrados del Poder Judicial de Chile ha hecho pública una declaración en la que pide perdón, con mayúsculas, por la enajenación de sus funciones de salvaguardar la justicia durante el periodo de la dictadura militar encabezada por Augusto Pinochet. El documento afirma que: “El  Poder Judicial pudo y debió hacer mucho más, máxime cuando fue la única institución de la República que no fue intervenida por el gobierno de facto”. La afirmación anterior es lúcida, a las instituciones intervenidas resulta más difícil demandarles responsabilidad cívica cuando sus funcionarios son cómplices puestos “a dedo”. Pero cuando una institución no es intervenida y, por la amenaza que supone ejercer sus funciones en un gobierno autoritario, acepta pervertirse en favor del nuevo orden, sus miembros se cubren de ignominia y destruyen en días lo que demora años construir: el respeto y la dignidad.
  En Cuba será mucho más difícil este proceso de revisión interna. Descontinuada la institucionalidad republicana, el estado de cosas emanado del gobierno de Fidel Alejandro Castro Ruz supuso la construcción de entidades que siempre estuvieron a medio camino entre la institución y la herramienta de control político. Exorbitantes penas de prisión y fusilamientos son aplicados a los opositores del gobierno sin que medie ninguna defensa efectiva. Burócratas que disfrutan del protagonismo político son desahuciados en medio de vejaciones, ya sea desde una estructura de propaganda ideológica difusa, como desde la tribuna o la letra del caudillo barbado. Los presupuestos de la nación han sido manejados al antojo de Fidel y su inefable hermano, aumentando o disminuyendo las asignaciones, devaluando la moneda o creando otra a su cuenta y sin riesgo. Con tal actitud los cubanos vimos caer una a una las que debían ser nuestras instituciones más sagradas. La justicia, la economía, la prensa, las prestaciones sociales, todo ello devino ruina cuando todavía no era edificio. Las instituciones armadas han sido viciadas con la regalía y el premio, dando por resultado que el ejército que en 1989 volvió de África orgulloso y autosuficiente, no puede exhibir entre su jerarquía hoy mucho más que un conjunto de arribistas cómplices.
   El pueblo de Brasil recuerda el papel que jugaron tres instituciones durante la última dictadura militar en aquel país: la prensa, la justicia y la Iglesia Católica. No parece que los cubanos vayamos a deberle a institución alguna su actitud en los tiempos del castrismo. A un puñado de religiosos, periodistas y abogados sí; pero tanto como a otro puñado de mecánicos, carpinteros o militares. Difícil es que alguna institución cubana pueda marcar un antes y un después en el ejercicio autoritario estatal en Cuba. Tan difícil, que me atrevería a afirmar, aun deseándolo, que no será posible.
   Hoy se cumplen cuarenta años del golpe militar que presidió Augusto Pinochet, abriendo para Chile casi dos décadas de opresión y muerte. El reconocimiento de la complicidad y la cooperación puede ser doloroso, pero es la única vía para relacionar de nuevo la dignidad con aquella que se perdió para siempre en las primeras horas del 11 de septiembre de 1973. Los que renuncien a ello, irán a la tumba íntegros físicamente, pero habrán dejado en el camino de la vida trozos muchos más preciosos que un bulto de carne.

Boris González Arenas
11 de septiembre de 2013
Creative Commons License probidad by Boris González Arenas is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivs 3.0 Unported License. Based on a work at probidadcuba.blogspot.com.