Mariela Castro Espín junto a su hermano Alejandro Castro Espín elheraldo.hn
publicado en Diario de Cuba el 23 de marzo de 2014
Cuando
el 4 de Septiembre de 1933 Fulgencio Batista encabeza el movimiento militar
que, aunado con las fuerzas antimachadistas depone al Presidente Carlos Manuel
de Céspedes, no era el sargento la principal figura del movimiento ni la única.
Acordó la Junta
de los Ocho, como fue conocido el grupo que lideró el cuartelazo en la
fortaleza de Columbia, que la jefatura del ejército fuera rotatoria. Pero
Batista emergió de la
Revolución como el principal líder militar y consiguió, con
ello, ser el protagonista político de la Cuba de entonces. Controló el ejército en
enfrentamientos sistemáticos con los mandos que no le eran adictos, estableció
relaciones con Benjamin Summer Welles –embajador de Estados Unidos que debió
ver cómo sus preferidos, la vieja oficialidad y los políticos asociados al
machadato, cedían terreno ante el empuje de una joven generación de políticos
ambiciosos y dispuestos-; y emergió como una figura de orden en medio de la
euforia revolucionaria.
Llegado
el momento de cumplir el compromiso y ceder la jefatura del ejército, era
Fulgencio Batista lo suficientemente fuerte para desconocerlo. Cuenta Ciro
Bianchi que Mario Alfonso, miembro de la Junta de los Ocho, demandó a Batista su
cumplimiento. Batista lo denunció por un supuesto golpe de estado que Mario
Alfonso habría planeado, pero antes de que se efectuara su detención, en
plena noche, Mario Alfonso, una de las
figuras fundamentales del movimiento militar del cuatro de septiembre, fue asesinado.[1]
La
muerte de Mario Alfonso es la constatación del cambio de liderazgo que se había
operado durante el proceso de afirmación del poder revolucionario que va del
cuatro de septiembre del 33 hasta su ultimación en agosto del 34. El paso del
liderazgo colectivo al liderazgo único tiene que establecerse con rapidez pues,
desde que se constata su intención, comienza también el movimiento de fuerzas
contrarias a que se realice.
Al
liderazgo no se llega por la reunión de un grupo de sujetos en torno a alguien
providencial. Ese es el mito creado por los aparatos de propaganda ideológica.
Un mito semejante fue creado alrededor de Gerardo Machado, de Fulgencio
Batista, de Fidel A. Castro y será el relato que se construirá en cualquier
sitio donde el personalismo se impone tras despertar la ambición de los que inicialmente
encabezaban movimientos de renovación de cualquier orientación ideológica. Los
liderazgos que emergen en los procesos revolucionarios son siempre una elección
coyuntural, será durante el protagonismo posrevolucionario que al hombre
ambicioso se le revelará su preciosidad.
No
era intención, del revolucionario blanco y racista, que una vez obtenido el
triunfo se compartiera con los negros el protagonismo social y económico.[3]
Tampoco el que pretende beneficios de aristócrata, sumado a la revolución como
uno más, dejará de realizar sus ambiciones en la sociedad pos revolucionaria.[4]
El
triunfo revolucionario convoca a la individualidad y el poder político le
confiere posibilidades de realización descomunales.
Fulgencio
Batista, un militar de ascendencia muy humilde, promovería en la década del
treinta la modernización del ejército, el mejoramiento de la infraestructura
escolar y sanitaria del país y se agenciaría de modo fraudulento una enorme
fortuna para distanciar la humillación que la miseria produce. Pero al convocar
una Asamblea Constituyente legítima, cortó la posibilidad de seguir
concentrando el poder político y económico de la nación. Contra el deseo de no
pocos militares acogió la nueva Constitución, resultó electo presidente ya en
democracia en el año 1940, y en 1944, llegado el fin de su mandato, declinó
nuevamente las presiones de subordinados continuistas y cedió el poder a su
enemigo Ramón Grau San Martín, sabiendo que eso implicaba su distanciamiento
del país.[5]
La
revolución de 1959 no tuvo este corte democratizador, los líderes que
sobrevivieron a las purgas castristas adquirieron rangos extraordinarios y su
presencia al frente de cualquier institución le confirió una independencia e
importancia muchas veces superior a los ministerios a los que en apariencias
estaban subordinados. Tal es la historia de la Empresa Flora y
Fauna a cargo del comandante Guillermo García, el Hospital Psiquiátrico de la Habana a cargo de Bernabé
Ordaz, la Federación
de Mujeres a cargo de Vilma Espín; tales son también todas las empresas,
ministerios, fundaciones, academias, institutos sobre las cuales solían
desplazarse Ramiro Valdés, Juan Almeida Bosque, José Millar Barruecos, Ulises
Rosales del Toro, José Ramón Machado Ventura y tantos otros. Tal es también la
versión moderna de esta tradición que consiste en distribuir descendientes a la
cabeza de diversos espacios. Quizás los más conocidos son Antonio Castro,
manager de managers de la pelota cubana y presidente de la Federación Médica
Deportiva, e hijo de Fidel Castro; Mariela Castro, directora del Centro
Nacional de Educación Sexual que, bajo su larga égida se ha convertido en un
rutilante palacio en el medio del Vedado habanero, o Alejandro Castro, que
según algunos, desempeña la jefatura efectiva del Ministerio del Interior,
ambos hijos de Raúl Castro.
En
las dictaduras, los años agravan el problema del cambio, y ni siquiera una
revolución, con su tremenda disposición a la mudanza, puede aguantar
eternamente los tirones en sentido contrario. La ambición se procura, como
todos los vicios, una lógica que la conserve.
Boris González Arenas
[1] Bianchi Ross, Ciro “Contar a Cuba. Una historia diferente” Editorial
Capitán San Luis, 2012 p. 130
[2] Carta de despedida de Ernesto Guevara a Fidel A. Castro, leída en el
Teatro Chaplin (hoy Carlos Marx) el día 3 de octubre de 1965. Tomado de: Habla Fidel. 25 discursos en la Revolución. Oficina de publicaciones del Consejo de Estado, La Habana 2008, p.246
[3] En el año 2013, a
propósito de un texto publicado por el intelectual Roberto Zurbano en el
periódico Nueva York Times, se produjo un intenso debate sobre la situación
social del negro a más de cincuenta años de la Revolución de 1959.
Quedaron expuestas muchas de las discriminaciones que siguen padeciendo los
negros en Cuba y la interrogante que se abre frente a los cambios que han
comenzado en nuestro país mientras siguen sin plantearse soluciones urgentes al
tema de la discriminación racial. Véase:
“Para los negros en Cuba la
Revolución no ha terminado” y “Mañana será tarde: escucho,
aprendo y sigo en la pelea” ambos de Roberto Zurbano; “Dolor, alegría y
resistencia” Victor Fowler; “¿Ser negro de la Revolución ?” José A.
Ponte; Declaración del Capítulo Cubano de la Articulación Regional
de Afrodescendientes de Latinoamérica y el Caribe (ARAAC) sobre el artículo de
Roberto Zurbano.
[4] Alfredo Guevara (1925-2013), fundador del ICAIC y su presidente por
dos largos periodos, está entre los ejemplos más escandalosos de esta actitud.
[5] Una vez que cedió el poder, Fulgencio Batista se estableció en los
Estados Unidos y no volvió a Cuba hasta el
gobierno de Carlos Prío Socarrás. Consultado en 1945 sobre el regreso de
Batista a Cuba, Ramón Grau San Martín diría: “Yo no tengo que hacer ningún
reparo sobre el regreso de Batista. (…) Ahora bien, de la misma manera que no
impido su vuelta, tampoco puedo evitar que alguien lo acuse solicitando que se
investigue cómo ha llegado a poseer una fortuna que asciende a más de 20
millones de pesos” Bohemia, año 37, no
29, 29 de julio de 1945.
La cita ha sido tomada de: Vázquez
García, Humberto, El gobierno de la kubanidad,
Editorial Oriente, 2005, p. 128. En opinión de
Vázquez García, la afirmación de Grau dejaba claro que: “Para regresar a Cuba
legalmente, Batista tendría que esperar la terminación del mandato presidencial
de Ramón Grau San Martín. Idem p. 129.
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