#YoTambienExijo
Amenazas, racismo, violación de derechos fundamentales: un relato de mi detención a manos de la Seguridad del Estado.
Desde que estábamos en el calabozo al que habíamos llegado el pasado martes 30 de diciembre de 2014, donde coincidimos varios periodistas, sabíamos que nombrar el primer artículo que haríamos sobre nuestro secuestro sería difícil. Habíamos llegado a "el Vivac", que es como nos decían algunos de los detenidos que se llamaba la unidad policial, después de presentarnos en la Plaza de la Revolución para participar en la performance El susurro de Tatlin, ingeniado por la artista cubana Tania Bruguera. Pero ella no llegó nunca y allí supimos que estaba incomunicada desde la madrugada anterior.
La convocatoria era para las tres de la tarde.
Sobre las cuatro nos íbamos un pequeño grupo compuesto por Luis Trápaga,
Ernesto Santana, Waldo Fernández, Pablo Pascual, Yania Suárez y yo. Todos
fuimos detenidos allí y a los hombres nos trasladaron al Vivac en una pequeña
camioneta cerrada.
Podría describir con el título la naturaleza de
un distanciamiento inesperado de nuestras familias que nos haría pasar lejos
las fiestas del año nuevo. Para Pablo Pascual, Don Sayú, Pavel Herrera y
Ernesto Santana, la distancia tenía además el agravamiento del hambre. El Vivac
fue la cárcel que se dispuso para nuestro encierro y ellos se abstuvieron de
alimentarse allí.
Pero también podría referirme al acercamiento
que se constató en tan poco tiempo entre personas desconocidas, con oficios y
orígenes sociales tan distintos. Verifiqué en estos días que la oposición
cubana sufre más mientras más humilde es el opositor, más oscuro es su color de
piel y más lejos vive de la Habana.
Duviel Blanco, que maneja un bicitaxi en La
Habana Vieja, fue amenazado por el oficial de la Seguridad del Estado que nos
recibió en el Vivac. Para hacerle entender el peligro que corría de perder su
trabajo si continuaba militando en la oposición política, el oficial le dijo
que debía definirse entre el modo cómo se busca la vida y su militancia humana,
pues la conservación de uno implicaría la pérdida del otro.
Miguel Campanioni vende granizado y ya le
confiscaron en una ocasión el carro que usa en su trabajo, también en una
ocasión la Seguridad del Estado le robó sus zapatos y su teléfono móvil.
Don Sayú, miembro de la Unión Patriótica Cubana
(UNPACU), que vive en Santiago de Cuba, nos contaba los métodos que usa allí la
policía política para reducir las manifestaciones de la oposición. Nos contaba
cómo desnudan a los opositores y los dejan a kilómetros de su casa descalzos, y
cómo las golpizas son mucho más cotidianas, pero también nos contaba el respeto
que merece la UNPACU en Santiago de Cuba y no se podía, al escucharlo hablar y
sentir su extraordinaria ansiedad de justicia, dejar de evocar la figura
misteriosa de los héroes santiagueros, desde Antonio Maceo, Flor Crombet o
Donato Mármol, hasta José Daniel Ferrer, jefe nacional de la UNPACU.
También estaban con nosotros en el penal Andrés
Pérez, presidente de la Comisión de Atención a los Presos Políticos y sus
Familiares (CAPPF) y los miembros de esta comisión Carlos Manuel Hernández
(Atos), Delio Francisco Rodríguez y Ariobel Castillo.
Fue Ariobel Castillo quien escuchó al oficial de
guardia que entró el día 2 de enero, poco antes de la salida del último grupo,
decirle al Jefe de la Unidad que "el negro" —refiriéndose a DonSayut,
al que había ayudado a sacar por la fuerza para conducirlo a una guagua y
deportarlo a Santiago de Cuba— le había dejado su peste encima. La actitud de
los oficiales de guardia varió ostensiblemente durante aquellos cuatro días,
pero aquel oficial añadió que para terminar nuestras manifestaciones en
el penal lo que había que hacer era fusilar a uno de nosotros.
El Jefe de la Unidad —en estos días de
tantas mentiras debo aclarar: el que se presentó siempre como el Jefe de la
Unidad—, con dos estrellas blancas en el cuello de su camisa de policía, lo
escuchó y se retiró sin llamarle la atención por aquella estúpida manifestación
de racismo y odio.
Pero el título del artículo podría estar marcado
también por los momentos de comunión. Aquellos en los que todos coincidíamos
encantados y se olvidaban las incomodidades, espirituales y físicas.
Una de ellas fue la llegada el segundo día del
encierro, el día 31, de Claudio Fuentes, que apenas siete días antes había
llegado de Nueva York, donde estuvo seis meses. Tan solo esta condición
manifiesta un contraste gracioso. Pero Claudio se pasó toda esa noche
conversando, hablando de Nueva York frente a un público que le prestó gustoso
el protagonismo, lo que para él tiene un placer añadido y estimulante.
La llegada de alguien nuevo al calabozo —el
segundo día llegó, junto a Claudio y Campanioni, Miguel Borroto— daba aire al
grupo, del mismo modo que la salida dejaba sensación de vacío y zozobra. Esa es
la razón de que la policía política instrumente las salidas escalonadas, pues
la expectativa de la libertad funciona sobre mecanismos que están más allá de
la razón y siempre producen inquietud.
Pero hablando de la comunión del grupo hubo un
evento que no olvidará ninguno de los que estaba allí. Ni siquiera los presos
comunes que estaban separados de nosotros y nos escuchaban. Quizás tampoco El
Sexto y Sonia —una miembro de la UNPACU en huelga de hambre desde días atrás y
cuyo apellido no conozco— que estaban allí en calabozos de presos comunes, la
estrategia con que el régimen encubre el móvil político de no pocas
detenciones.
El 31 de diciembre, a las 12 de la noche,
cantamos el Himno Nacional y gritamos, tanto como nos lo permitieron nuestras
gargantas, pues ya habían gritado bastante durante el día "Abajo los
Castro", "Viva Cuba Libre", "Abajo la miseria",
"Abajo los secuestradores de la Seguridad del Estado". Después de
aquella catarsis encantadora, olvidaban el hambre los que no habían comido,
olvidábamos que estábamos sucios y que no teníamos pasta de dientes,
olvidábamos las incomodidades del confinamiento y parecíamos individuos libres
que borrábamos de un grito 60 años de tiranía.
Hubo a lo largo de estos cuatro días una acción
de refinada perfidia, lo que le da a una detención el carácter de secuestro y
convierte en paramilitares a las tropas que lo ejecutan. Todo detenido tiene en
Cuba el derecho de hacer una llamada telefónica en cuanto llega a la estación
de policía. La llamada es el procedimiento más elemental para enterar a la
familia. La reclusión, legal o no, es pena suficiente y no es necesario ofender
al recluso negándole el más elemental de los procederes. La negación de la
comunicación con la familia, unida a la ausencia de toda información sobre
nosotros, acentúa el crimen que rodeó nuestro confinamiento.
Mientras estaba en aquella celda, yo era
consciente de mi estado, de la angustia que sentía, y aunque sin noción de qué
pasaría con nosotros, era consciente de lo que estaba pasando: mi familia no.
El testimonio de su tristeza, su conmoción, su movilización indignada a favor
de mi libertad, solo me ha permitido saber que, a la par de mí, mis familiares
más allegados sufrían, e incluso que por momentos sufrían más ellos que yo. Y
eso por la imposibilidad que tuve de calmarlos con mi voz.
Incluso pedí a los numerosos oficiales que
instrumentaron nuestro secuestro que llamaran ellos y en algunos momentos
aspiré a que ya lo hubieran hecho. Vana ilusión.
A los agentes de la Seguridad del Estado les
comuniqué que jamás, como miembro de la oposición cubana, consentiría que
cayeran en un espacio sin ley, y que aún menos aprobaría que se sumaran
agravios dirigidos contra la familia y los amigos durante el cumplimiento de
las penas que pudieran caberles por sus delitos presentes.
Pero para nombrar este artículo sería
insuficiente referirme tan solo a nuestra experiencia y no aludir a la obra de
arte que nos convocó y su suerte a manos de Tania Bruguera.
Tania no se limitó a desatar nuestra pasión para
desentenderse luego de sus consecuencias. Algo que podría haber hecho aludiendo
a que ella era solo la artista y que había llevado hasta bien lejos su obra,
pues fue detenida desde mucho antes de las tres de la tarde del 30 de diciembre,
cuando había dispuesto la realización de su performance.
Ya libre y conociendo la condición en que
estábamos, se personó en el Vivac junto a Antonio Rodiles y otros activistas
democráticos. La acción les costó un nuevo aprisionamiento —Antonio Rodiles también
había sido detenido y excarcelado algún tiempo después— y, una vez en prisión,
la artista demandó que no la liberaran hasta que estuviéramos en libertad todos
los detenidos. Cosa que, al parecer, se cumplió como ella
quiso.
Con semejante actitud Tania Bruguera comenzó una
obra y concluyó otra, un tipo de arte que es lanzado al espacio y que toma su
forma de manera independiente sin que la artista deje de ser protagonista del
resultado.
Ella demostró que es posible ser artista y
mantener la coherencia cívica que muchos pretenden diluir en las exigencias del
oficio. Se sumó con su acción a las mujeres que nos dan el pie para
enorgullecernos de nuestra militancia, tales son Sonia Garro, Yoani Sánchez,
Berta Soler, Ofelia Acevedo y tantas otras.
Tania Bruguera pretendió invertir la lógica del
régimen y, por primera vez durante el castrismo, hablar desde el pueblo reunido
a la tribuna.
Si El susurro de Tatlin tuvo en esta versión un acabado tan diferente
del esperado, el grosero procedimiento de los paramilitares cubanos fue el
habitual. Su encubrimiento en seudónimos o la omisión de sus nombres en sus
presentaciones y la búsqueda de la sombra como sitio dispuesto para sus
operaciones, expone involuntariamente su falta de vergüenza.
El susurro de
Tatlin recuerda a
Vladimir Tatlin, el gran artista soviético que promovió un arte involucrado en
la sociedad, y en ello veo también el homenaje formidable a una generación de
soviéticos que creyó poder realizar el paraíso sin saber lo cerca que estaba el
infierno. La actitud de las fuerzas paramilitares cubanas recuerda más bien a
la traición inmoral que le propinaron al gran movimiento vivificador Vladímir
Ilich Lenin y su genocida descendencia ideológica encabezada por Iósif Stalin.
Boris G. Arenas
Este artículo fue publicado en Diario de Cuba el 6 de enero de 2015
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Bueno, este mundo esta para disfrutar de las mejores petardas cada vez que se pueda y pare de contar, saludos...
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