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martes, 20 de enero de 2015

El susurro de Stalin

                                                          


#YoTambienExijo


Amenazas, racismo, violación de derechos fundamentales: un relato de mi detención a manos de la Seguridad del Estado.

Desde que estábamos en el calabozo al que habíamos llegado el pasado martes 30 de diciembre de 2014, donde coincidimos varios periodistas, sabíamos que nombrar el primer artículo que haríamos sobre nuestro secuestro sería difícil. Habíamos llegado a "el Vivac", que es como nos decían algunos de los detenidos que se llamaba la unidad policial, después de presentarnos en la Plaza de la Revolución para participar en la performance El susurro de Tatlin, ingeniado por la artista cubana Tania Bruguera. Pero ella no llegó nunca y allí supimos que estaba incomunicada desde la madrugada anterior.
La convocatoria era para las tres de la tarde. Sobre las cuatro nos íbamos un pequeño grupo compuesto por Luis Trápaga, Ernesto Santana, Waldo Fernández, Pablo Pascual, Yania Suárez y yo. Todos fuimos detenidos allí y a los hombres nos trasladaron al Vivac en una pequeña camioneta cerrada.
Podría describir con el título la naturaleza de un distanciamiento inesperado de nuestras familias que nos haría pasar lejos las fiestas del año nuevo. Para Pablo Pascual, Don Sayú, Pavel Herrera y Ernesto Santana, la distancia tenía además el agravamiento del hambre. El Vivac fue la cárcel que se dispuso para nuestro encierro y ellos se abstuvieron de alimentarse allí.
Pero también podría referirme al acercamiento que se constató en tan poco tiempo entre personas desconocidas, con oficios y orígenes sociales tan distintos. Verifiqué en estos días que la oposición cubana sufre más mientras más humilde es el opositor, más oscuro es su color de piel y más lejos vive de la Habana.
Duviel Blanco, que maneja un bicitaxi en La Habana Vieja, fue amenazado por el oficial de la Seguridad del Estado que nos recibió en el Vivac. Para hacerle entender el peligro que corría de perder su trabajo si continuaba militando en la oposición política, el oficial le dijo que debía definirse entre el modo cómo se busca la vida y su militancia humana, pues la conservación de uno implicaría la pérdida del otro.
Miguel Campanioni vende granizado y ya le confiscaron en una ocasión el carro que usa en su trabajo, también en una ocasión la Seguridad del Estado le robó sus zapatos y su teléfono móvil.
Don Sayú, miembro de la Unión Patriótica Cubana (UNPACU), que vive en Santiago de Cuba, nos contaba los métodos que usa allí la policía política para reducir las manifestaciones de la oposición. Nos contaba cómo desnudan a los opositores y los dejan a kilómetros de su casa descalzos, y cómo las golpizas son mucho más cotidianas, pero también nos contaba el respeto que merece la UNPACU en Santiago de Cuba y no se podía, al escucharlo hablar y sentir su extraordinaria ansiedad de justicia, dejar de evocar la figura misteriosa de los héroes santiagueros, desde Antonio Maceo, Flor Crombet o Donato Mármol, hasta José Daniel Ferrer, jefe nacional de la UNPACU.
También estaban con nosotros en el penal Andrés Pérez, presidente de la Comisión de Atención a los Presos Políticos y sus Familiares (CAPPF) y los miembros de esta comisión Carlos Manuel Hernández (Atos), Delio Francisco Rodríguez y Ariobel Castillo.
Fue Ariobel Castillo quien escuchó al oficial de guardia que entró el día 2 de enero, poco antes de la salida del último grupo, decirle al Jefe de la Unidad que "el negro" —refiriéndose a DonSayut, al que había ayudado a sacar por la fuerza para conducirlo a una guagua y deportarlo a Santiago de Cuba— le había dejado su peste encima. La actitud de los oficiales de guardia varió ostensiblemente durante aquellos cuatro días, pero aquel oficial  añadió que para terminar nuestras manifestaciones en el penal lo que había que hacer era fusilar a uno de nosotros.  
El Jefe  de la Unidad —en estos días de tantas mentiras debo aclarar: el que se presentó siempre como el Jefe de la Unidad—, con dos estrellas blancas en el cuello de su camisa de policía, lo escuchó y se retiró sin llamarle la atención por aquella estúpida manifestación de racismo y odio.
Pero el título del artículo podría estar marcado también por los momentos de comunión. Aquellos en los que todos coincidíamos encantados y se olvidaban las incomodidades, espirituales y físicas.
Una de ellas fue la llegada el segundo día del encierro, el día 31, de Claudio Fuentes, que apenas siete días antes había llegado de Nueva York, donde estuvo seis meses. Tan solo esta condición manifiesta un contraste gracioso. Pero Claudio se pasó toda esa noche conversando, hablando de Nueva York frente a un público que le prestó gustoso el protagonismo, lo que para él tiene un placer añadido y estimulante.
La llegada de alguien nuevo al calabozo —el segundo día llegó, junto a Claudio y Campanioni, Miguel Borroto— daba aire al grupo, del mismo modo que la salida dejaba sensación de vacío y zozobra. Esa es la razón de que la policía política instrumente las salidas escalonadas, pues la expectativa de la libertad funciona sobre mecanismos que están más allá de la razón y siempre producen inquietud.
Pero hablando de la comunión del grupo hubo un evento que no olvidará ninguno de los que estaba allí. Ni siquiera los presos comunes que estaban separados de nosotros y nos escuchaban. Quizás tampoco El Sexto y Sonia —una miembro de la UNPACU en huelga de hambre desde días atrás y cuyo apellido no conozco— que estaban allí en calabozos de presos comunes, la estrategia con que el régimen encubre el móvil político de no pocas detenciones.
El 31 de diciembre, a las 12 de la noche, cantamos el Himno Nacional y gritamos, tanto como nos lo permitieron nuestras gargantas, pues ya habían gritado bastante durante el día "Abajo los Castro", "Viva Cuba Libre", "Abajo la miseria", "Abajo los secuestradores de la Seguridad del Estado". Después de aquella catarsis encantadora, olvidaban el hambre los que no habían comido, olvidábamos que estábamos sucios y que no teníamos pasta de dientes, olvidábamos las incomodidades del confinamiento y parecíamos individuos libres que borrábamos de un grito 60 años de tiranía.
Hubo a lo largo de estos cuatro días una acción de refinada perfidia, lo que le da a una detención el carácter de secuestro y convierte en paramilitares a las tropas que lo ejecutan. Todo detenido tiene en Cuba el derecho de hacer una llamada telefónica en cuanto llega a la estación de policía. La llamada es el procedimiento más elemental para enterar a la familia. La reclusión, legal o no, es pena suficiente y no es necesario ofender al recluso negándole el más elemental de los procederes. La negación de la comunicación con la familia, unida a la ausencia de toda información sobre nosotros, acentúa el crimen que rodeó nuestro confinamiento.
Mientras estaba en aquella celda, yo era consciente de mi estado, de la angustia que sentía, y aunque sin noción de qué pasaría con nosotros, era consciente de lo que estaba pasando: mi familia no. El testimonio de su tristeza, su conmoción, su movilización indignada a favor de mi libertad, solo me ha permitido saber que, a la par de mí, mis familiares más allegados sufrían, e incluso que por momentos sufrían más ellos que yo. Y eso por la imposibilidad que tuve de calmarlos con mi voz.
Incluso pedí a los numerosos oficiales que instrumentaron nuestro secuestro que llamaran ellos y en algunos momentos aspiré a que ya lo hubieran hecho. Vana ilusión.
A los agentes de la Seguridad del Estado les comuniqué que jamás, como miembro de la oposición cubana, consentiría que cayeran en un espacio sin ley, y que aún menos aprobaría que se sumaran agravios dirigidos contra la familia y los amigos durante el cumplimiento de las penas que pudieran caberles por sus delitos presentes.
Pero para nombrar este artículo sería insuficiente referirme tan solo a nuestra experiencia y no aludir a la obra de arte que nos convocó y su suerte a manos de Tania Bruguera.
Tania no se limitó a desatar nuestra pasión para desentenderse luego de sus consecuencias. Algo que podría haber hecho aludiendo a que ella era solo la artista y que había llevado hasta bien lejos su obra, pues fue detenida desde mucho antes de las tres de la tarde del 30 de diciembre, cuando había dispuesto la realización de su performance.
Ya libre y conociendo la condición en que estábamos, se personó en el Vivac junto a Antonio Rodiles y otros activistas democráticos. La acción les costó un nuevo aprisionamiento —Antonio Rodiles también había sido detenido y excarcelado algún tiempo después— y, una vez en prisión, la artista demandó que no la liberaran hasta que estuviéramos en libertad todos los detenidos. Cosa que, al parecer, se cumplió como ella quiso.
Con semejante actitud Tania Bruguera comenzó una obra y concluyó otra, un tipo de arte que es lanzado al espacio y que toma su forma de manera independiente sin que la artista deje de ser protagonista del resultado.
Ella demostró que es posible ser artista y mantener la coherencia cívica que muchos pretenden diluir en las exigencias del oficio. Se sumó con su acción a las mujeres que nos dan el pie para enorgullecernos de nuestra militancia, tales son Sonia Garro, Yoani Sánchez, Berta Soler, Ofelia Acevedo y tantas otras.
Tania Bruguera pretendió invertir la lógica del régimen y, por primera vez durante el castrismo, hablar desde el pueblo reunido a la tribuna.
Si El susurro de Tatlin tuvo en esta versión un acabado tan diferente del esperado, el grosero procedimiento de los paramilitares cubanos fue el habitual. Su encubrimiento en seudónimos o la omisión de sus nombres en sus presentaciones y la búsqueda de la sombra como sitio dispuesto para sus operaciones, expone involuntariamente su falta de vergüenza.
El susurro de Tatlin recuerda a Vladimir Tatlin, el gran artista soviético que promovió un arte involucrado en la sociedad, y en ello veo también el homenaje formidable a una generación de soviéticos que creyó poder realizar el paraíso sin saber lo cerca que estaba el infierno. La actitud de las fuerzas paramilitares cubanas recuerda más bien a la traición inmoral que le propinaron al gran movimiento vivificador Vladímir Ilich Lenin y su genocida descendencia ideológica encabezada por Iósif Stalin.
Boris G. Arenas

Este artículo fue publicado en Diario de Cuba el 6 de enero de 2015

Fui preso y expulsado de mi trabajo por querer hablar

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jueves, 8 de noviembre de 2012

Declaración No 1 del jueves 8 de noviembre de 2012, sobre los arrestos arbitrarios ocurridos en las últimas horas

twitpic de Yoani Sánchez el 8 de noviembre. Estación de Acosta. La Víbora.

Desde ayer miércoles 7 de noviembre de 2012 se han realizado numerosos arrestos arbitrarios que se han extendido hasta ahora. El número de los detenidos en el momento es imposible de contabilizar pues, como en ocasiones anteriores, los teléfonos móviles y fijos de los implicados han sido intervenidos y su funcionalidad anulada. Entre los arrestados están Antonio Rodiles y Yoani Sánchez.
El detonante de la actual situación fue el arresto hecho en su casa de la abogada independiente Yaremis Flores, de la asociación jurídica CubaLex. A raíz del cual fue un grupo de personas a reclamar su liberación inmediata frente al cuartel de la Seguridad del Estado conocido por Sección 21, en la avenida 31 y 110, Playa. Su esposo Veizant Boloy, también jurista, fue el primero en ser arrestado cuando se interesaba por el paradero de Yaremis. Todos los amigos que exigieron alguna explicación fueron apresados, de forma violenta.
Hoy ocurrió lo mismo frente a la estación de Aguilera donde se encuentran hace más de 24 horas Antonio Rodiles y Laritza Diversent, abogada de CubaLex. Las personas que allí esperaban pacíficamente que alguien les respondiera con palabras sólo recibieron una dura golpiza y que los metieran tras las rejas.
Algunos detenidos entre ayer y hoy son: Andrés Pérez, Mario Morago, Vladimir Torres, Rolando Rabanal, Luis M. Fumero, Ailer González (liberada hoy alrededor de la 1 pm), Antonio Rodiles, Eugenio Leal, Agustín y Angel Santiesteban, quien fuera duramente apaleado. Claudio Fuentes sigue desaparecido. 
A los detenidos en la capital se suman José Daniel Ferrer, de la UNPACU, en Santiago de Cuba y Enyor Díaz Allen de HablemosPress, en Guantánamo.
El artículo 58 de la Constitución -vigente- de la República de Cuba dice:
La libertad e inviolabilidad de su persona están garantizadas a todos los que residen en el territorio nacional.
Nadie puede ser detenido sino en los casos, en la forma y con las garantías que prescriben las leyes…
La razón de estas detenciones no ha sido comunicada, ni a los familiares de los arrestados ni, por supuesto, en los medios de prensa nacionales.
Pero los motivos pueden ser numerosos. Un día después de obtener Barack Obama la reelección como presidente de los Estados Unidos, los agentes de la dictadura cubana pueden sentirse tentados a ratificar a la población cubana el absoluto menosprecio que sienten por nuestros derechos universales e inalienables. A la comunidad internacional se le notifica, de este modo, la absoluta impunidad con que seguimos siendo tratados los que, desde este infinito archipiélago, estamos decididos a plantar, en nuestra fértil tierra, el gran árbol de la libertad.
No se nos escapa la crítica situación que se presenta en el Oriente del país, donde el paso del huracán Sandy ha agravado la situación alimentaria y sanitaria, habiéndose reportado en diversas regiones la aparición de casos de cólera, que el gobierno cubano encubre y que se sumarían a la extensa epidemia de dengue que hemos padecido por varios meses, cuyas estadísticas son también un "estricto secreto de estado".
La muerte de Fidel o Raúl Castro, sería otra razón de peso para extirpar a la sociedad civil cubana sus más locuaces representantes. Un gobierno cobarde entraría en pánico si además quedara acéfalo.
El grupo arrestado ha venido participando desde hace meses en la campaña cívica Por otra Cuba, donde se insta al gobierno de Raúl Castro a ratificar el Pacto de los Derechos Políticos y Civiles y el Pacto de los Derechos Económicos, Sociales y Culturales de las Naciones Unidas, firmados por el gobierno cubano el 28 de febrero del 2008 en la ciudad de Nueva York, único paso verdaderamente esperanzador, por las obligaciones que tal ratificación impica para este triste gobierno. Las consecuencias de esa ratificación sería la sustitución definitiva del aparato de gobierno de Fidel Castro.
Demandamos, de modo inmediato, la liberación sin cargos de los diversos arrestados.
El cese definitivo de los arrestos arbitrarios y que entorpecen el desarrollo de las actividades cívicas que organiza la sociedad civil.
Pedimos al pueblo cubano que evalúe la complicidad que se deriva de la acción intimidada, que no acepte el engaño que supone la extensión de un régimen de permisos, cuando tan cerca estamos de un régimen de libertades y a la comunidad internacional, que mantenga el apoyo que dispensa a nuestra sociedad civil, pues Cuba sigue mereciendo, como el resto de las naciones, la libertad plena y el autogobierno soberano.

Boris González Arenas
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