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Los primeros
pomos plásticos de litro y medio que conocí eran
de Pepsi Cola. No recuerdo cómo llegaron esos pomos a mi casa, pero debe haber
sido a mediados de los noventa, cuando mi abuelo comenzó a trabajar en el
turismo para una empresa que traía viajeros canadienses a Cuba.
Eran pomos
plásticos de dos piezas, el pomo y la base. El pomo era transparente como los
de hoy, pero con una base pegada que, al menos en aquellos pomos de refresco,
era negra. Fueron un bien que conservamos con esmero, pues hacerse con un pomo
de refresco era difícil aunque estuviera vacío. También por eso puedo narrar
con detalle su decadencia.
La base de
aquellos pomos era lo primero que comenzaba a deteriorarse. El deterioro del
pomo no era tan lamentable como perder la base negra. La razón es que en
aquellos pomos, a diferencia de los actuales, en los que base y pomo son una
misma cosa, el fondo era redondo y una vez que perdían la base no podían
pararse. Cuando los pomos se hicieron más cotidianos, era normal ver
refrigeradores con varios de estos pomos siempre acostados.
En una ocasión
vi un pomo al que el ingenio le había resuelto el problema del apoyo. Alguien
aprovechó la base malograda y le sustrajo el centro, luego lo invirtió y lo
pegó con esparadrapos al fondo. El resultado era que el pomo quedaba con una
pequeña superficie plana, aproximadamente del ancho de una peseta, que le
permitía mantenerse parado. Es difícil ilustrar con palabras todo esto. Una
foto sería mucho más elocuente, pero sucede que estos pomos de refresco de dos
piezas desaparecieron hace mucho, dejando lugar al más ingenioso pomo de una
sola pieza.
Creo además que
nunca se hicieron en Cuba pomos de dos piezas. Cuando la tecnología del pomo
plástico de refresco llegó aquí, ya estaba regularizado el de una pieza.
Antes del pomo
plástico de refresco, en Cuba solo eran conocidas las botellas y las latas. Las
latas las conocimos, como mismo nos pasó con los pomos, con las bebidas
extranjeras.
Las latas vacías eran objetos de colección
Recuerdo que las
primeras latas que conocí las llevaba a la escuela Persi Alvarado Sariol, mi
gran amigo de la primaria, pues su papá, que luego resultó ser el agente fraile, un espía cubano de origen
guatemalteco, se las traía del extranjero o quizás se las compraba aquí mismo
en las tiendas de diplomáticos.
Hablo del año
ochenta y siete y todavía estaba muy lejos la legalización del dólar y la
apertura para los cubanos de las tiendas en que se podía comprar con aquella
moneda.
Las latas vacías
eran objetos de colección y cuando una vecina que trabajaba en embajadas y por
ello podía tener cosas como refrescos y cervezas enlatadas, comenzó a botarlas
en un latón que tenía en el patio de su casa, algunos amigos que detectamos el
malbaratamiento de aquel caudal buscábamos a ratos en su basura para engrosar
nuestro patrimonio.
Que yo recuerde,
la primera lata que vi con bebida cubana era de refresco Tropi Cola, estaría yo
en sexto grado, así que debió ser también entre el año ochenta y siete y el
ochenta y ocho. Y si mi memoria no me falla, pero la memoria falla con
facilidad, aquellas latas especificaban que habían sido fabricadas en el
extranjero.
Pero la lata no
era de la utilidad del pomo plástico, aunque en la actualidad muchas cafeterías
particulares la usan como molde para pequeños flanes. Solo que estoy hablando
de una época en que vender flanes estaba prohibido.
El pomo plástico
me permitió comprar el refresco que vendían en el Ferreteros, el club de
primera y veinte en Miramar, y llevarlo cómodamente en jaba a la casa. Antes de
eso usaba unos pozuelos que no cerraban herméticamente y transportarlos llenos
de refresco era incómodo.
No había en
aquellos tiempos jabas de nailon. No abundantes e indistintas como las
conocemos hoy. Recuerdo que en las Tiendas INTUR (Instituto Nacional de
Turismo), a las que también se les llamaba diplotiendas, había unas jabas
blancas que tenían un caracol amarillo. Creo que decían en letras azules
Tiendas INTUR y abajo easy shoppings
de donde debe haber salido el calificativo de chopin, con que popularmente se
llamaba aquellos establecimientos.
Todavía hay personas en nuestro país que nombran de esta manera las
tiendas en dólares o cuc, que es su sustituto criollo.
Pero esas jabas
de nailon no eran comunes, precisamente porque para los cubanos comprar en
estas tiendas estaba prohibido. Hasta su legalización a mediados de los noventa
tener un dólar en el bolsillo era un delito que llevaba a la cárcel y las
diplotiendas o chopin eran lugares cerrados a los que los cubanos no podíamos
entrar. No es que difícilmente entrábamos, sino que, de acompañar a un
extranjero a comprar algo, los cubanos teníamos que permanecer afuera.
Sin embargo,
cuando se pudo tener dólares y se nos permitió entrar a las tiendas para usar esa
moneda –las acciones no eran coincidentes, los hoteles también eran en esa
moneda y no se nos permitió hospedarnos en ellos hasta muchos años después- la
jaba de nailon se hizo popular.
Quizás muchas
personas ya no lo recuerden, pero en el momento de abrir las tiendas para los
cubanos, sus precios fueron elevados de manera drástica de un día para otro.
Resultando que, mientras estas tiendas eran solo para extranjeros, que ganaban
en dólares con suficiente abundancia como para merodear por un país que no era
el suyo, el precio de los productos que estaban a su alcance era inferior al
que se instituyó cuando los mercados fueron abiertos a personas cuyo salario
equivalía a dos dólares. Por aquellos años un dólar, que hoy cuesta
veinticuatro pesos, valía ciento cincuenta. Y cuatrocientos pesos, como hoy,
era un salario alto.
recordar es de los más heroicos actos de subversión contra el castrismo.
Las jabas de aquel
entonces no eran jabas blancas como las actuales. En un principio por la jaba
se identificaba la cadena de tiendas a que pertenecía. Es un poco confuso
definirlas, pero había una cadena de tiendas cuyas jabas decían TRD, que quería
decir Tienda de Recaudación de Divisas. Estas eran jabas blancas con las letras
azules. Estaban las tiendas CIMEX y no recuerdo si las Tiendas Caracol, que
eran unas jabas que tenían el antiguo caracol amarillo de las Tiendas INTUR;
pero rediseñado en función de su nueva denominación. A CIMEX pertenecían las
Tiendas Panamericanas y con los años apareció PALCO, también con sus tiendas y
sus jabitas con logotipo, y TRASVAL, cuyas jabas desaparecieron junto con la
compañía, al poco tiempo de haber despuntado de manera formidable y sospechosa.
La falta de
identidad de las jabas actuales solo es achacable al hecho de que en nuestro
país todas las tiendas están bajo control del estado y nociones como hermoso,
diverso o complaciente, si no existen naturalmente, no lo harán por necesidad
de atraer compradores ni aumentar ingresos.
Pero la jaba de
nailon ha merecido un lugar especial en nuestro imaginario técnico. Con jabas
de nailon los plomeros sellan los empates de las tuberías, los albañiles hacen
relieves que imitan la piedra tosca para cubrir fachadas y los tapiceros
rellenan colchones e imitan el mullido de los cojines.
Nos cubrimos de
la lluvia con ellas y, estirada, una jaba de nailon es un magnífico lazo. Se
pueden ver con estos fines asiendo puertas sin cerraduras, cerrando cajas de
herramientas o aguantando cualquier objeto a la parrilla de una bicicleta.
Conocí incluso quien rellenó con jabas de nailon la goma de su bicicleta para
sustituir la cámara y el aire.
Cuando en el
mundo comenzó la campaña para disminuir el consumo de plásticos, y proliferaron
los envases reciclables y la bolsa reutilizable, no pocos cubanos se sintieron
pioneros en el último hallazgo de la economía de la prosperidad.
Pero la nuestra
es una economía de la miseria y la jaba, el pomo y el pozuelo, son compañeros
inseparables por estar asociados a algo que le es fundamental e inaplazable:
conseguir la comida del día en curso.
Los detalles de
la miseria no se recuerdan con gusto ni se exhiben con complacencia. El
intelecto, extraordinario como es, nos procura sin que se lo pidamos el olvido
de episodios que pueden producir dolor o vergüenza. Cuando todo un estado basa
su gobernabilidad en la miseria general, evocar se convierte en una acción
social. Por eso, por significar a la vez un episodio ingrato pero también una
denuncia colectiva, recordar es de los más heroicos actos de subversión contra
el castrismo.
Aparecido en 14ymedio el 15 de febrero de 2015
Boris González Arenas
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